"Some time later"

viernes, 30 de abril de 2010

Razones para amar y odiar a Vila-Matas (y también vice versa)

No sé si amar u odiar a este escritor tan peculiar en nuestro panorama literario. Me va a días. Y tengo motivos sobrados para ello.

Razones para amarlo:

1) Porque sus obras son siempre una experimentación, una aventura sorprendente que no sabes cómo va a acabar. Así sucede en "Dulbinesca", que comienza como la epopeya de un editor jubilado que desea viajar a Dublín para conmemorar el Bloomsday y al mismo tiempo...el funeral de la "época Gutenberg", que está siendo desoladoramente sustituida por la época Google. ¿En qué universo estamos? ¿El del drama, el viaje iniciático, la parodia? ...

2) Porque las fronteras entre la realidad y la literatura están tan difuminadas que inspira a vivir más literariamente, y a leer más vitalmente.
Como dice el personaje de él mismo en 'Dublinesca', "Tiene una notable tendencia a leer su vida como un texto literario, a interpretarlo con las deformaciones propias del lector empedernido que ha sido durante años."

3) Porque su lectura deja siempre en el paladar más interrogantes que respuestas, así que nos impele sin miramientos auna lectura activa.

4) Porque sus obras son una inspiración para viajar por la literatura, y contagia al lector el entusiasmo por los lugares y autores visitados...En realidad nos pasea continuamente por su propia geografía literaria; puesto que lo que nos hace sentir vivos es lo nuevo, lo extranjero, su obra parece la del eterno paseante por lo extranjero, ese gran Otro que se ve colmado en la literatura. "Está claro que sólo lo ajeno a su mundo familiar, sólo lo extranjero, es capaz actualmente de atraerle en una dirección u otra. Tiene que saber ver que necesita aventurare en geografías donde reina la extrañeza y también el misterio y la alegría que rodea lo nuevo: volver a ver con entusiasmo el mundo, como si lo estuviera contemplando por primera vez." (Dublinesca, 77-78)

5) Porque refleja todas las preocupaciones que puedan tener los amantes de la literatura: sobre cómo va a ser la literatura del futuro, sobre el hecho de escribir, de leer... ¿Va a seguir la literatura la estela de la modernidad, como la gran literatura del siglo XX, o va a desembocar en un callejón sin salida, confinándose en un género hermano de lo tecnológico? En Dublinesca parece plantearse humorísticamente esta disyuntiva; pero a nosotros no nos engaña, mientras sugiere que la "era Google" va a acabar con la literatura tal como la concebimos, el personaje sigue definiendo las obras esenciales como aquellas marcadas por "intertextualidad, conexiones con la alta poesía; conciencia de un paisaje moral en ruinas; ligera superioridad del estilo sobre la trama; la escritura vista como un reloj que avanza".

Y mientras debate sobre la alta literatura, el personaje se busca y se pierde a sí mismo; se esconde tras la aventura literaria, para luego confesasr que busca "un momento en el centro del mundo", "un arte de mi propio ser". El personaje así (y el autor, y el lector, diríamos, de rebote) se persigue a sí mismo y se oculta tras el artificio literario.

Razones para odiarlo:

1) Porque su cultura de la cita y autocita nos encierra en un universo hermético, que nos hace preguntarnos: ¿para qué tanta literatura?

2) Porque nunca sabemos a ciencia cierta hasta dónde nos está tomando el pelo. Eso sucedía ya en "Historia abreviada de la literatura portátil" y en "Bartleby y compañía", entre otros. ¿Podemos tomar en serio las anécdotas que nos cuenta sobre la "conjura de los autores portátiles", los "shandys", y las fascinantes luces y sombras de aquellos autores que dejaron de escribir?

3) Porque es imposible seguirle la pista hasta el final en sus referentes librescos, cosa que crea una cierta angustia en el lector ("esa enfermedad de corte tan europeo").

4) Porque su visión del ser humano está llena de oscuridad, desesperanza, como si se considerara ya "de vuelta de todo". Si no, ¿qué hace el editor Samuel rindiendo homenaje a la literatura en un Dublín tétrico y fantasmagórico e inundado por los infiernos de la soledad y el alcohol?

5) Porque sus obras son muy mentales y hay poco espacio para lo emocional. Parece que se agarre a la literatura para escapar de sí mismo o de la complejidad de las relaciones humanas. Como él mismo cita en ciertas ocasiones, diríamos con Blanchot: "¿Y si escribir es, en el libro, hacerse legible para todos, e indescifrable para sí mismo?"

Y así podría continuar eternamente; y lo curioso es que encuentro al unísono motivos suficientes para amarle como para odiarle. Y en el cénit de esta contradicción llego a la conclusión de que tengo que seguir leyendo a Vila-Matas. Porque la historia de la cultura se construye justamente sobre la polémica, el desconcierto, y no sobre la indiferencia. Y esa pasión compulsiva o visceral rechazo que siento según la luna al leer a Vila-Matas constituye en realidad una prueba fehaciente de que me resulta motivadora su lectura.

Cuando algo nos atrae y repulsa al mismo tiempo, ¿no significará que algo está llamando a nuestra puerta, que ese estímulo va a forzar un poco más los goznes para que pueda continuar ensanchándose nuestra visión del mundo?

viernes, 23 de abril de 2010

Elogio del amor sereno.



Este día de Sant Jordi quiero aprovechar para dedicarlo al amor sereno.

Nuestra cultura tiene una particularidad con respecto al amor: la obsesión por reivindicar el amor-pasión. El amor sólo se considera que vale la pena, que es "explicable" y uno se puede enorgullecer de él cuando nos lleva de la cima a los abismos, cuando nos hace vibrar día y noche, sentirnos confundidos, perdidos. Ese estado, parecido al de la embriaguez, todos lo hemos vivido en alguna ocasión, y también sabemos que no se puede mantener indefinidamente, so riesgo de ataque prematuro al corazón o peligroso enajenamiento mental.

¿Entonces, por qué sigue la cultura una vez y otra recordándonos cómo tenemos que sentirnos si no queremos poco menos que ser unos gilipollas? El cine, la música, la literatura, insiste en presentarnos al amor como una llama que nos hace dichosos y desgraciados al mismo tiempo.

Ciertamente, este estado emocional es mucho más proclive a la lírica. ¿Quién no se ha vuelto poeta durante una temporada para paliar la insoportable inestabilidad emocional que conlleva la pasión? ¿Quién no ha necesitado vomitar versos, enchufarse una sobredosis musical, cualquier cosa, para sobrellevar mejor la angustia de no poder dejar de pensar en una persona?

Pero el amor, aunque contiene todo esto,es mucho más. Hay el lento aprendizaje de ser cada vez más uno mismo y ayudar al otro a hacer lo propio. Hay el miedo a la lejanía y al aburrimiento, y hay la alegría profunda cada vez que se vive el amor como un nuevo acercamiento en un estadio más profundo de la persona, o cuando se emprende una nueva aventura juntos, o cuando el día a día es una pista de despegue de nuevos experimentos vitales.

Por eso, he querido sumergirme en el mundo de la creación poética en busca de textos que hablen de ese otro amor, el que se construye lentamente y nos ayuda a sentirnos centrados en el mundo. Y constato lo que imaginaba: en la poesía es díficil; se encuentran mucho más frecuentemente textos bañados por el fuego, y, cuando no, por la melancolía, el desasosiego...Alguna cosa he podido rescatar de Cortázar, Benedetti, Salinas o Miguel Hernández, pero no he podido lograr que no tuvieran o un matiz siniestro (porque la amada está ya muerta o lejos) o que fueran tan sumamente cotidianos que les faltara una amplitud existencial suficiente como para percibir esa serenidad.

Y llego a la conclusión de que los textos sobre el amor sereno más profundos y auténticos no son aquellos escritos por poetas, sino por místicos o contemplativos, que tengan al menos un pie en oriente. En ellos la serenidad sí parece una cualidad muy estimable, que se extiende sobre toda la existencia... ¿Qué nos pasa, a los occidentales? ¿Somos masoquistas por cultura?

En fin, aquí van mis regalos para hoy. ¡Feliz y poético día del amor sereno!

“No quiero el amor que no sabe dominarse, ese que, como el vino burbujeante, borda al punto de la copa y se derrama por el suelo. Dame ese amor, tan fresco y puro como tu lluvia, que bendice la tierra sedienta y colma las tinajas de tu casa. Dame ese amor que empape mi ser, hasta su centro, y desde allí se extienda como la savia invisible del árbol de la vida que hace nacer flores y frutos. ¡Dame el amor que mantiene el corazón tranquilo en la plenitud de la paz!

(Rabindranath Tagore, “La cosecha”)

Despojaré mi corazón de lo accesorio.
Podaré todas las aristas de arbustos.
Al final, sobre la tierra
Encontrarás mi amor sin artificios
Desnudo de ensoñaciones
Todos los desvíos.

Será tan pequeño que te cabrá en una mano.
Su fulgor
Alcanza
Los océanos.

(servidora)

sábado, 17 de abril de 2010

Pon un clown en tu vida... o en tu aula.


Siempre da un poco de vértigo volver a la enseñanza después de haber estado ausente. Cada septiembre se repite ese cosquilleo en el estómago que después se va deshaciendo a medida que captas la atmósfera que te envuelve en esa aula y aprendes a moverte cual anfibio en ella. Y después de un descanso, como ha sido mi caso ahora, la ilusión de volver y a la vez el miedo a no decaer en la expectativa que uno se ha hecho de uno mismo. ¿Me habrán olvidado ya, habré sido totalmente reemplazado? ¿Recordaré hacer clases? ¿Recuperaré la ilusión, después de haber vivido sin ataduras pedagógicas durante dos meses?

Este retorno mío ha sido lento y progresivo como a velocidad de crucero. Los primeros días aterricé lánguidamente dejando que los circuitos se fueran encendiendo uno a uno. Tras ello, el esfuerzo, la voluntad de retomar todos los hilos abiertos para poder conducir el final de curso a buen puerto. Y ahora que ya me siento situada, descubro que mis clases tienen su ritmo y naturaleza propias, que puedo permitirme dejarme llevar; que no hay que esforzarse en ser el profe que uno quiere ser, porque ya lo soy. Basta con estar presente, abierta de verdad al otro, y parece que las situaciones van fluyendo espontáneamente hacia un lugar confortable

Y no será casual que justamente ahora me he atrevido a aplicar al aula lo que aprendí sobre el CLOWN hace unos meses.
Tuve la suerte de seguir un maravilloso curso de introducción al clown con Pedro Herreros. Para Pedro, como todos los auténticos clowns de hoy, ser clown no es aprender un conjunto de maniobras humorísitcas, sino una actitud ante la vida, un acercamiento al "corazón clown" que todos guardamos dentro. El clown es un puente que trenzamos con el niño que todavía tenemos dentro. Venciendo los temores al "qué dirán", a la rigidez del juez interior que nos domina, el clown nos abre el sendero de la ilusión y la libertad. Podemos permitirnos (no siempre, pero sí de vez en cuando) tomarnos la vida más en broma, afrontar cada nuevo reto como un juego; tratar de redescubrir cada parcela de nuestra vida en toda su maravilla, como si acabáramos de nacer; aceptar nuestros fracasos con dolor intenso y olvidarlo en seguida; volver a salir al escenario con todo el entusiasmo recuperado. Y, sobre todo, no tratar de ser perfectos y permitirnos equivocarnos...Eso nos abre a una ligereza a través de la cual cada instante puede ser un descubrimiento, cada contacto con el otro una fuente de calor y de risa.

Aunque suene un poco etéreo, todo eso trabajé en el clown. Y me di cuenta de lo que nos cuesta disfrutar, volver a jugar como de niños sin sentirnos culpables por ello. El hecho de practicar el clown trae frutos inmediatos: felicidad, confianza en los demás, relativizar las preocupaciones.
Por eso, al retornar a mi vida como profesora, o ese ser que está muchas horas al frente de la dinámica de un grupo, decidí experimentar y dar un espacio al clown.

Hoy ha sido el segundo viernes de nuestro taller de clown con los alumnos de Ges-2. Y la experiencia ha sido tan enriquecedora que me ha dejado en la boca un sabor a miel y limón que he ido degustando durante todo el camino de vuelta.
He pedido un cambio de aula. Y nos hemos desplazado a otra aula donde hemos retirado todas las sillas. Al principio, les hago moverse al son de la música para desentumecerse. Para ir venciendo la timidez, hacemos sencillas actividades de calentamiento, como juntarse por grupos, o quedarse "congelados" cada vez que para la música. Después, si hace falta, hacemos unos minutos de relajación para que se encuentren a gusto en el espacio. Acto seguido, comienzan las pequeñas aventuras clown.
Una de ellas es muy sencilla. Se trata de construir pequeños diálogos improvisados de dos en dos. Uno dice cualquier cosa y el otro tiene que responder sólo con dos premisas: 1) no pensar 2) comenzar su frase con "¡Sí! Y..." pronunciado con mucho entusiasmo, y añadir cualquier cosa. Con esta sencilla técnica se rompen inhibiciones, surgen asociaciones imprevisibles de palabras, y van entrando en confianza unos con otros.
Otra actividad que he querido aplicar hoy es el "bombardeo positivo". Una persona se coloca al frente de la clase, y todos los demás le tienen que decir todo lo bueno que piensan de ella; sin orden ni concierto, cada cual le va lanzando su piropo, sea sobre su carácter, su físico...La persona en cuestión tiene que aguantar el chaparrón y aguantarse sus ganas de salir corriendo. Cuando se acaba, todos le aplauden a esta persona durante unos segundos en gran ovación; la persona debe mantenerse en pie saludando y agradeciendo el momento.
Quería aplicar esto al aula y temía que fuera un gran desconcierto. Pero han reaccionado de manera muy entusiasta, han seguido a la perfección las reglas del juego, y todo esto ha contribuido a ir creando un ambiente de aula relajado y optimista.

Estas son sólo algunas de las situaciones que se han ido creando. Después ha habido otras propuestas, como inventar una historia improvisada de dos en dos, de cara al público, con la única premisa de que cada uno sólo puede decir una palabra cada vez; la historia puede desarrollarse por derroteros de lo más surrealista; a más confusión, más diversión se crea en el aula. Ah, en la historia debían introducir un personaje, un objeto y un lugar que se habían consensuado antes entre todos.

Ahora espero impaciente la redacción que me tienen que traer para la semana que viene: "El clown y yo" con las sensaciones que han tenido hasta el momento en el taller.
En el día de hoy, ha habido risas, ha habido nervios, ha habido gente que se dejaba llevar y gente a la que le costaba más, pero me he vuelto a casa con una gran felicidad, sintiendo que todo lo que sucedía en el aula estaba vivo, era único e insustituible. Con cada actividad siento que algo se remueve dentro de cada uno de ellos y también en el grupo, las energías se van interconectando.

Si el clown es una forma de vida, donde lo importante es la alegría y la espontaneidad, sin miedo al fracaso, llevar el clown al aula sospecho que va a resultar una medicina para todos...