"Some time later"

jueves, 13 de noviembre de 2008

DESINTEGRACIÓN DE LO EFÍMERO



Os quiero recomendar la última novela de Patrick Modiano. No era un autor que me atrajera hasta ahora y me sedujo por el título. No ha sido para nada como imaginaba, no es exactamente una lectura sentimental ni reflexiva; pero el libro se lee solo y tiene el encanto de lo desconcertante; sí parece redefinir el concepto juventud y paso del tiempo pero de manera muy etérea, muy sutil; va tejiendo una tela de araña que al acabar la última línea nos atrapa por completo y nos hace ronronear de placer; de placer amargo, puesto que al final el tema sí es el del paso del tiempo. No ha sido como esperaba, sino mucho mejor, de los que perduran.


Con En El café de la juventud perdida Modiano vuelve al París de los años 60 para trazarnos una suerte de alegoría sobre la juventud.
Por el título podríamos pensar que se trata de una muestra más de novela de formación donde se nos relata el paso del joven al adulto y la educación sentimental correspondiente (estilo Paul Auster o Murakami, que por otra parte resultan siempre hipnóticos). O podríamos haber esperado una recreación semiautobiográfica de los escenarios de su juventud, al estilo de París no se acaba nunca. Y tal vez nos hubiera cautivado también. Sin embargo, lo que hace a esta novela única es su modo de representación de la nostalgia ya que, como reza su título, no se nos habla de esa juventud perdida sino que ubica al lector en el mismo escenario de las pérdidas. El café Condé es el punto de encuentro y refugio para los distintos personajes, relacionados con la bohemia del momento; constituye una zona neutra, lugares donde el tiempo se detiene y todo parece posible. (Aunque, irónicamente, en el presente de la narración ese café ya haya desaparecido). Este no-lugar sirve de anclaje para el personaje que se desliza a lo largo de toda la novela como su punto de fuga: Louki, misteriosa y escurridiza, reflejo para todos de un modo más auténtico de vivir, y bajo el que se esconde una fragilidad insospechada.
En el café de la juventud perdida me parece una novela propia de la postmodernidad, donde el mundo ya no resulta tan fácilmente narrable ni representable. Como en Exploradores del abismo, de Vila-Matas, la existencia arrastra a los personajes hacia agujeros negros o hacia imprevisibles conjunciones de elementos. La propia voz narrativa no se focaliza en un punto, se desplaza continuamente; ya nos posamos en los ojos de Louki, ya en los del que la persigue, la añora o la ama; pero finalmente la imagen de la mujer se construye desde la desaparición, y resulta igual de inaprensible que el café Condé.
La devastación del presente que se da con Louki es tan meteórica que me hace pensar en Rimbaud (ya me perdonaréis por la insistencia) y en todos aquellos autores de los que habla Vila-Matas en Bartleby y compañía, que un día se callan porque ya no tienen nada más que decir, o porque la intensidad del instante es superior a cualquier palabra. Si la belleza constituye lo efímero, no podemos prácticamente nombrarla ni retenerla, pues se consume continuamente; llevado a su paroxismo, el que aspire a la modernidad (o a la juventud) eterna, en su modo más radical, ha de enfrentarse a la desaparición o el silencio. Así, en el corazón de la novela de Modiano parece hallarse un abismo por donde el presente se catapulta a sí mismo, por donde todos los personajes parecen difuminarse en la estela de lo insondable. Ese parece ser el universo incierto en el que vivimos.

viernes, 31 de octubre de 2008

Poema de otoño


"L'automne déjà! -Mais pourquoi regretter un éterner soleil, si nous sommes engagés à la découverte de la clarté divine, -loin des gens qui meurent sur les saisons." decía el gran Rimbaud.

Me encanta el otoño. Cada vez que empieza el frío siento que todo entra en su declive, y a su vez gana en intensidad. Lejos de "las gentes que mueren en las estaciones" una siente que ese declive es apropiado, que los festejos vitalistas del verano tocan a su fin y el mundo entra en una fase de letargo...Una siente de nuevo la presencia del tiempo, poderosa, como un zarpazo, y el recordatorio que la muerte espera, al final del pasillo...y esa presencia puede resultar un acicate. Puesto que el tiempo no es infinito y puede acabarse cualquier día, hay que embarcarse ya enseguida sin esperar ni un día en nuevos proyectos, nuevas ilusiones. Y hay que tender un ojo y una oreja a los proyectos del prójimo, vida latente. Y es ahí donde encuentro la sublimidad del otoño.

¡Otoño ya! que decía Rimbaud; sí, si el otoño tiene que llegar, que llegue ya, celebrémoslo con alegría. Y recordemos que la grandeza del otoño estriba sencillamente en la conciencia y aceptación del mismo declive, de las sombras que traen nuestros días. Nunca me siento más viva que cuando alguien que aprecio me abre el cajón de sus espectros personales, de sus preocupaciones y anhelos más hondos.

Viktor E. Frankl, psiquiatra que en "El hombre en busca de sentido" muestra cómo lo aprehendió precisamente un campo de concentración, nos dice que "la última de las libertades humanas", que no nos falla nunca, es la "capacidad de elegir la actitud personal ante un conjunto de circunstancias." Llegará el otoño, luego el invierno, fracasarán nuestros planes o no; pero cuán grato es sentir que en uno prevalece la receptividad y el respeto ante la vida; esto no sólo nunca nadie nos lo podrá robar, ni la peor de las adversidades, sino que nos permitirá entrar en conexión con tantas otras personas, por diferentes que sean a nosotros.

Je est autre

Voy a visitar a mi abuela y me admiro de nuevo de encontrar tanta sabiduría en una vida que no transcurre más allá de cuatro paredes. Ha leído a Frankl también y me habla de la validez de la vida si uno ha hecho todo lo bueno que ha sabido en su situación. Cuando era más joven siempre dudaba de no haber sido lo bastante buena como para merecer el cielo. Ahora se ha hecho más indulgente consigo misma, y le reza a Dios: "Si no he fet millor les coses, és perquè no n'he sabut." No hizo grandes hazañas, no estuvo en la otra punta del mundo curando enfermos como las biografías de médicos que le gusta tanto leer, como Kübler-Ross. Tuvo una vida normal, como se esperaba en su época: se casó, sobrevivió a la posguerra, cuidó de sus hijos. Poca cosa y tanta a la vez, puesto que lo hizo como mejor supo. Hoy la miro a los ojos, mientras me habla pausadamente desde su butaca siempre teñida de la luz blanquecina del atardecer e intuyo que su existencia ha valido la pena, sólo por estar siendo quien es ahora que me habla con una presencia tal.

Por la noche, voy a cenar con mis alumnos del GES y acabamos hablando de los destinos de unos y otros, de sus familias de origen, de la historia de sus amores. Y sonrío con placidez a pesar de oír los enormes sufrimientos que han tenido que aguantar (padres alcohólicos, una vida determinada a trabajar para sobrevivir, y tantas dudas) puesto que están frente a mí ahora mismo y a pesar de todo persisten en existir y en buscar su destino.

Y pienso en el libro de Frankl y en cómo el ser humano persiste en buscar un sentido a su existencia, y cuando va perfilando un sentido en el horizonte es capaz de soportar cualquier sufrimiento, porque siente que su vida sirve para algo, es leña para la humanidad en construcción.

Y yo tal vez tampoco tenga una vida ejemplar ni pueda enorgullecerme de cambiar nada en el mundo; pero sí siento que si sigo despierta, si no permito que el torbellino de la actividad me diluya, puedo ser un receptáculo de ideas, de energías; una transmisora de todos los estímulos que me llegan de la vida que se está buscando a sí misma, que busca autorrealizarse.



...et il me sera loisible de posséder la vérité dans une âme et un corps.

jueves, 10 de julio de 2008

El arte de la felicidad...en la docencia


Siguiendo el hilo de mis últimas reflexiones, he querido indagar, como propone el Dalai Lama, en los caminos que propician la felicidad...en este caso, como docente. Y me he preguntado: ¿qué es lo que me ha proporcionado mayor felicidad durante este curso? Y la respuesta me ha venido inmediatamente al corazón: la relación con los alumnos.

Ha sido un reto permanente estimular a los alumnos, hacerles confiar en sus capacidades, buscar cauces para que aprendan reflexionando. Asimismo, el tener a mis alumnos siempre presentes me ha activado algunas neuronas vírgenes que me han dictado soluciones creativas a situaciones que parecían insalvables.

¿Recordáis el caso de Rubén, aquel chico que quería abandonar el curso y tuvo que aguantar pacientemente mi monserga disuasoria? Pues continuó ya desde entonces hasta el final, se esforzó mucho, y ha conseguido aprobar la Prueba de Acceso a Ciclos Formativos de Grado Superior, como era su propósito. Esta prueba permite a los alumnos que en su día no aprobaron el Bachillerato acceder a una formación que les facilite una inserción profesional de mayor especialización y nivel lucrativo. Como él sucedió con otros alumnos que presentaban muchas lagunas académicas y en algún momento del curso estuvieron a punto de tirar la toalla: creo que la esperanza depositada en ellos actuó como un estímulo mucho mayor que todas las fotocopias de refuerzo del mundo.
Uno de los acontecimientos mejores del curso fue la cena que hicimos en junio con los alumnos del curso de preparación a esta prueba, para celebrar el aprobado de la mayoría o el aprobado futuro de aquellos que no pudieron superarla de momento. El ambiente fue de gran optimismo y alegría, todo eran abrazos, chascarrillos, palabras de aliento en una y otra dirección. (Una alumna me repetía insistentemente: “Te felicito por todo lo que has hecho por nosotros. Ya puedes estar satisfecha…“ hasta el punto que tuve que hacerla callar para no ruborizarme.) En momentos así el corazón bombea tranquilo, pues ha puesto su grano de arena para que otros seres humanos se abran puertas a una existencia más feliz, en la que puedan realizarse.
Con los alumnos de GES (Graduado en Educación Secundaria) la situación es distinta: no los preparamos para un examen oficial sino que los evaluamos nosotros mismos día a día. Es un curso menos estresante pero más complejo a nivel humano: hay que adiestrarlos en las competencias básicas para desenvolverse en el mundo; en mi caso, como representante del Ámbito de la Comunicación (palabras mayores) debo disciplinarles en el baño regular en las lagunas inefables de la Ortografía y la Gramática, pero, por encima de ello, considero mi función básica enseñarles a reflexionar y a expresarse. (Pues ¡para qué sirve un lenguaje inmaculado si el hablante luego no lo usa o considera que no tiene nada que decir!) No es tarea fácil: para eso hay que vencer resistencias, esforzarse en crear un clima propicio para que seres tan diversos en edad y circunstancias puedan abrirse, pensar, expresar, crear.
Pero una gran satisfacción le invade a una cuando los alumnos dan las gracias a final de curso por todo lo aprendido; cuando una alumna te dice que se ha comprado aquel libro que ya no recordabas haber recomendado; cuando otro te dice que aquel artículo de periódico le ha hecho pensar que le conviene un curso de crecimiento personal o de teatro; cuando aquel alumno hosco y retraído te sonríe confiado mientras te confiesa haber descubierto que es bueno escribiendo; o si recuerdas la última clase con aquel grupo habitualmente tan apático en la que lograste culminar un proyecto largamente acariciado: realizar un taller de poesía surrealista en grupo, donde las ideas y las palabras de todos los componentes del grupo fluían con naturalidad y entre sonrisas al calor de unas galletas saladas y unas copas de vino tinto. (Esto último sólo lo puedo decir en voz baja.)

Todos estos constituyen instantes preciosos que guardo en mí y que me animan a seguir creando en la docencia. No es una profesión muy sofisticada; no se cosechan éxitos llamativos ni se reciben premios como en otros campos; sin embargo, empiezo a sospechar que la felicidad que puede aportarme la interacción con mis alumnos es mucho más perdurable.

El arte de la felicidad

Estos días en los que gozo de tanto tiempo libre voy a dedicarme, entre otras cosas, a hacer un balance de este curso e irlo cerrando por partes. Como tengo la suerte de que mis devaneos lectores me acompañan en el filo de mis pensamientos, aprovecharé, para mi reflexión de hoy, los estímulos que me brinda mi lectura presente, El arte de la felicidad (Conversaciones con Dalai Lama).

El libro parte de la siguiente constatación: la sociedad occidental nos hace creer que la vida es demasiado complicada. Ser feliz supone un horizonte de deseo imposible, fugitiva fuente de oro a la que basta acercarnos para que se aleje más y más. Siempre deseamos más dinero para comprar tecnología mejor, ropa más moderna, casas y coches cada vez más confortables, viajes cada vez más lejanos; no estamos tranquilos sin no ascendemos en jerarquía o reconocimiento, si no logramos de vez en cuando algún éxito objetivo que nos haga sentir más estimables. Comparamos continuamente nuestra valía material e intelectual: hay que decorar la casa mejor que tus primos; hay que ganar más que tu cuñado, saber más idiomas que tu mejor amiga, estar más en forma que tu novio, tener más cultura que tus vecinos; incluso comparamos mezquinamente nuestra vida afectiva: nuestra pareja tiene que ser más detallista que ninguna, nuestra madre, la más comprensiva, nuestro padre, el más interesante, nuestros amigos nos tienen que ayudar tanto o más que nosotros a ellos; lo mismo sucede en el mundo educativo: hay que demostrar más eficiencia que nadie, preparar unas clases impecables por si alguien nos inspecciona, enseñar el máximo de contenidos, ganarse la mejor reputación posible (si es posible, ser mejor que el compañero de al lado)…
¿Algo de todo esto importa, algo nos hace realmente felices? ¿Alguien nos ha obligado bajo amenaza de muerte a seguir esta carrera implacable donde nada de lo que hagamos será nunca bastante?

Tal y como advierte el Dalai Lama, cuando la vida se hace demasiado complicada, basta detenerse, pausar los latidos del corazón y preguntarse cuál es el propósito de la vida. Y tal vez la respuesta nos devolverá a los cauces de la sencillez: pues no puede ser otro que encontrar la felicidad. Y esta felicidad no puede depender de nada material ni de la salud ni de as facultades, ni siquiera de las circunstancias.
Su razonamiento es de una lógica aplastante: hay que descubrir qué nos hace felices, y potenciarlo, y qué no, y disminuirlo todo lo posible. Para el Dalai Lama, el arte de la felicidad se resume en aceptar la existencia tal cual es, en valorar quiénes somos y lo que tenemos para ir desarrollando nuestras potencialidades reales con la disciplina de la mente, y en ser compasivo y afectuoso hacia el prójimo.
Cualquier lector de estas líneas podría decir: “Pues qué listo, eso es obvio.” ¡Exacto! ¿Cómo puede ser que nos cueste tanto llevar a la práctica algo tan elemental?
No es baladí la reflexión que propicia el Dalai Lama: cada instante puede ser precioso si valoramos la existencia humana como un camino hacia la felicidad (o la autorrealización, llámese como se quiera ese estado de bienestar con uno mismo). Cada interacción con otra persona puede ser única si creemos en la bondad innata del ser humano, en su inclinación natural hacia la compasión y la amabilidad. Esto último él lo expresa en términos radicales: se ha demostrado que las personas que cultivan una buena relación con su entorno y se muestran amables y tolerantes en general alcanzan más fácilmente el optimismo (pues se sienten útiles, y además su actitud genera una confianza que les es devuelta) y, por añadidura, suelen caer con menos facilidad en la enfermedad y suelen vivir una existencia más larga y feliz. Da incluso un dato sorprendente: se ha demostrado que las personas muy focalizadas en sí mismas tienen mayor riesgo de padecer una enfermedad coronaria que aquellas con una vida más sociable y altruista; y puede ser un factor de riesgo más importante incluso que la dieta y otros condicionantes físicos.
¿Por qué nos olvidamos tan a menudo de estas enseñanzas básicas si están a nuestro alcance, y, por añadidura, pueden hacernos felices?

jueves, 3 de julio de 2008

La elegancia de la cojera


Ansío las estrellas
mas abocada estoy
a la pecera”.


Esta es la primera “idea profunda” que desarrolla Paloma, la niña superdotada que protagoniza, junto con una portera autodidacta, La elegancia del erizo.

Todo ser humano ansía la realización personal. Sin embargo, en cuanto nos vamos haciendo adultos, nos dejamos encorsetarnos en los raíles que vienen predeterminados.Y ocupamos la mayor parte de nuestro tiempo en aposentar tres cuestiones propias de los mamíferos: el sexo, el territorio y la jerarquía; dicho de otro modo: la pareja, la casa y el trabajo. Nos creemos muy libres y civilizados; sin embargo, nos encadenamos a un destino prefijado en pos de una seguridad precaria, que, una vez conseguida, a menudo desemboca en el desasosiego.
Entre tanta urgencia, ¿no estaremos olvidándonos de cultivar el don que nos hace realmente humanos? ¿No nos bastaría la conciencia para acceder a una felicidad desnuda, esencial?

La elegancia del erizo es un libro fresco y revelador ahora. Un canto a la vida en plenitud, a conciencia.
Nos muestra que los seres más ricos interiormente no son siempre los que triunfan, puesto que a veces el éxito exterior ciega las ventanas de comunicación con nuestro ser auténtico.
Así, una niña de doce años, una portera marginal pueden albergar una comprensión del mundo de una intensidad magistral. Y no necesitan nada más que eso. Bueno, tal vez simplemente encontrar a alguien con quien compartir esos pequeños y enormes placeres como tomarse en compañía una taza de té.
Entonces, tomemos una taza de té. Se hace el silencio, fuera se oye soplar el viento, crujen las hojas de otoño y levantan el vuelo, el gato duerme, bañado en una cálida luz. Y, en cada sorbo, el tiempo se sublima.”

El libro me ha caído a las manos como una bendición.
He estado todo el curso inmersa en el movimiento del mundo, con una avidez por la acción que a veces me lleva al límite de mis fuerzas. Me paso los días haciendo planes para más acciones futuras, sean físicas, didácticas, intelectuales, lúdicas...Pero, por muchos planes que haga, nunca me parecen suficientes, siempre tengo la sensación de que me estoy descuidando de alguna faceta de la experiencia, y temo tener que arrepentirme de ello en el futuro.
Cuando el tiempo te desborda porque nunca alcanzas a realizar todas las acciones que el deseo te dicta, el día a día puede convertirse en una carrera de obstáculos, o en un servicio militar.
¿A qué viene tanta avidez? ¿Por qué? ¿Para qué? El día que un accidente me obliga a detenerme, constato que 24 horas son suficientes para cambiar radicalmente mis biorritmos y convertirme en la más firme aliada de la inacción.
Y me doy cuenta de que la sed de acción, paradójicamente, sólo se sacia con la inacción. El día que a la fuerza debes cancelar todos los proyectos, todos los compromisos sociales, entonces eres capaz de percibir que la vida está bien en sí misma. Que es maravilloso contemplar cómo se mueve una rama de árbol, el propio cuerpo en reposo, una nota musical que se apodera del espacio, la sonrisa de tus padres, que sigue siendo la misma aunque pase el tiempo.

Hoy, vacía del impulso de la acción, puedo proceder a la degustación del presente pleno. Y ahí tienen cabida dos esencias: la vida misma en su movimiento, que tiene la intensidad y la gracia de lo efímero, y el arte, que es capaz de trascender el instante fugitivo y sublimarlo en un estado de Belleza sin tiempo.

En la escena muda, sin vida ni movimiento, se encarna un tiempo carente de proyectos, una perfección arrancada a la duración y a su cansina avidez –un placer sin deseo, una existencia sin duración, una belleza sin voluntad.
Pues el Arte es la emoción sin el deseo.

Entre la vida y el arte, la conciencia humana se instala como receptor, puente, vasos comunicantes entre lo fugitivo y lo eterno. Cada instante merece la pena ser eterno. Y al mismo tiempo un instante ha de morir para que la vida continúe mostrando su naturaleza más preciosa, el propio devenir, sin lo cual tampoco el arte existiría.
Entonces, ¿qué es todo lo que podemos desear? Encontrar el rincón oportuno donde el mundo nos deje en paz para ser, sin más.
Como en el caso de la portera Renée Michel, a veces la ausencia de ruido exterior, incluso la ausencia de gloria y reconocimiento, puede conllevar una libertad de conciencia sin límites.

La vida que se escapa se inmoviliza en una joya sin mañana ni proyectos, el destino de los hombres, salvado del pálido sucederse de los días, se nimba por fin de luz y, más allá del tiempo, exalta mi corazón tranquilo.

Ahora, sólo quiero tener los ojos limpios para apreciar cuantas camelias se posan en el mundo; ser yo misma camelia sobre el musgo.

sábado, 31 de mayo de 2008

La belleza está en la caída


He vuelto a enamorarme de una novela. Esta vez ha sido Saber perder, de David Trueba. Desde el primer momento he tenido la sensación de que estas páginas atrapan y reflejan de lleno la sensibilidad del hombre del siglo XXI .
Saber perder nos muestra una constelación de personajes inmersos en las redes de sus deseos y contradicciones: Silvia, la adolescente que empieza a vivir y descubre el poder de la química del deseo. Lorenzo, el hombre que se debate desesperadamente contra la idea de ser un fracasado, un muerto en vida. Leandro, el anciano de pasado intachable que un día empieza a priorizar los sentidos a la dignidad. Y Ariel, el joven futbolista argentino que aterriza en España como la gran promesa de futuro. Todos quisieran ser ganadores dentro de una sociedad que nos exige una competencia permanente respecto a nuestros semejantes; sin embargo, es en sus debilidades cuando estos personajes se engrandecen y se vuelven representativos de la crueldad y la ternura inherentes a la condición humana.
Más allá de lo anodino, seguimos los destinos de nuestros personajes, los acompañamos en sus vicisitudes, sus zozobras. Estamos del lado de todos ellos y a la vez del lado de ninguno. Trueba nos ha concedido un punto de vista privilegiado, desde el cual podemos tocar la realidad de cada cual y a la vez observarlas todas a vista de pájaro. Aquí la distancia imparcial y la vivacidad de la emoción se aúnan de la manera más natural. La tercera persona gramatical que nos permite ver a los personajes desde fuera se conjuga con una subjetividad flotante que en cada capítulo se focaliza en un solo personaje; entonces Trueba nos los muestra al desnudo sin condescendencia alguna. Sin embargo, el rabioso presente en que está escrito el texto, la sintaxis entrecortada, el diálogo en estilo indirecto libre que se entrelaza ágilmente con la narración…Todo ello se confabula para conferirnos la sensación de estar viviendo en los ejes de un film; pero una película que va mucho más allá de sí misma, puesto que los cuerpos transparentan las almas que los mueven.

La dinámica de la novela me parece una perfecta radiografía del hombre contemporáneo. La multiplicidad de conciencias y puntos de vista, todas ellas válidas, presentadas sin el menor atisbo de juicios de valor, reflejan lo fragmentario, lo aéreo de la sociedad que se está gestando hoy en día.
El hombre de hoy carece de paradigmas colectivos de conducta, puesto que ya cayeron los valores tradicionales y las ideologías como hojas de otoño. Y, si bien el descrédito de los ideales pudo suponer una crisis de conciencia en el hombre de finales del siglo XX, ahora, en los albores del siglo XXI, el hombre contemporáneo se está acostumbrando a convivir con su vacío.
El único dogma que queda en pie es el afán de triunfar por encima de los demás: afán que está construido sobre arenas movedizas, que crea realidades ilusiorias que pueden derrumbarse en un instante.
El vacío resultante no será entonces ya un precipicio sino una tierra fértil desde la cual puede nacer lo genuino de cada individuo.

En definitiva, quien se arriesga a buscar lo auténtico tiene que saber perder. Si gozamos de libertad total para elegir, si cada uno de nuestros actos constituye un ensayo dentro de un mapa sin referencias, la caída será inevitable. Sólo así se podrá llegar a algún lugar nuevo. Tras tropezarnos con nuestros errores, con nuestras debilidades, aprendemos a aceptarnos en nuestra fragilidad, y logramos también a aceptar los errores de quienes nos rodean.
Hay belleza también en la caída: como el fénix, la muerte de ilusiones, de proyectos, conlleva el nacimiento de otros inéditos.
El fracaso humaniza: desde el fracaso, el hombre comprueba que nada es tan grave como el miedo a caer, y por fin es libre de verdad en su conciencia para ensayar nuevas direcciones, y para dar la mano a sus semejantes que también en algún momento han caído.

Sublime, David, y certero.

jueves, 22 de mayo de 2008

canción mística



Te aferras a la nada en cada segundo de vida.
Celebras el presente efímero,
la concupiscencia del vacío.
Presientes la intimidad del azul,
la existencia humana en desafío.

Te asomas al asombro en cada instante de vida.
aceptarías hasta la muerte por degustar sus aristas.

viernes, 16 de mayo de 2008

El discreto encanto de la vida moderna (FÁBULA URBANA)


Como cada lunes, Rosalía emerge de la estación de RENFE en Plaza Catalunya.
Sin embargo, el rumbo de sus pasos hoy es muy distinto: en vez de girar apresurados hacia la entrada del Corte Inglés, hoy permitirá que la conduzcan azarosamente por las calles.¡Parece mentira! ¡Día libre! Y hace tanto que no se permite ser una simple paseante…Ya no recuerda ni la última vez que hizo shopping.

Comienza a descender Portal de l’Àngel con ojos dispersos, dispuesta a dejarse llevar por su capricho. Pronto se da cuenta de que ha de prestar más atención. Hordas de turistas la zarandean de un lado a otro. Por mirar un escaparate, casi topa con una pareja de americanos detenidos con un mapa en el centro de la calle. A su izquierda, una comitiva de japoneses avanzan asombrados tras la sonrisa experta de su guía. A su derecha, un bailarín callejero es el centro de atención de una asamblea de boquiabiertos.
Intenta adentrarse en su zapatería preferida, y debe sortear un cúmulo de parejas de amigas que gesticulan fascinadas ante ese despliegue de tentaciones. De golpe, una mano agarra su hombro; se gira pensando descubrir el rostro de alguna vieja amiga pero no se trata más que de una compradora impaciente, que la aparta de su camino sin contemplaciones. Siente que el calor invade su rostro, los puños de sus manos se cierran en un gesto intuitivo. Le falta el aire. Sale de nuevo a la calle dando grandes zancadas. Pero no puede pensar con claridad porque se halla entre dos grúas de ruido ensordecedor. Los trabajadores tienen que hablar a gritos, que resuenan cual grietas en su cabeza..
Decide tomar una calle menos transitada, buscar un oasis dentro de la muchedumbre.
Toma la calle de la Palla. Un camión de obras le sigue como una sombra. Debe hacerse a un lado para que pase. Como nadie más se detiene, el camión no puede avanzar, así que acaban caminando al unísono como si se escoltaran mutuamente. Toma Marqués de Campo Sagrado. Al fin un horizonte limpio, una promesa de casi-silencio. Pero no han pasado ni diez segundos, y ya una furgoneta de reparto le va a la zaga, ocupando como por privilegio la totalidad de la calle.
Acelera el paso para dejar atrás el maleficio acústico que la invade; el letrero que reza “Calle Canuda” le huele a salvación. Ya sólo una manzana la separa de la Rambla.
Sus tobillos quisieran volar, pero deberá conformarse con zigzaguear hábilmente.
De nuevo en Plaza Catalunya ¿Qué hacer ahora?. Diríase que la propia fuerza de gravedad vuelve a engullirla bajo el suelo.. Habrá que alejarse del ombligo de la ciudad, de ese tumor de agitación para el que no hay curación alguna.
Cualquier dirección sirve, siempre que la lleve lejos.“Zona universitaria”. Dicen que cerca de ahí hay un parque con una variedad de rosas exuberante. Es la última parada. Mejor. Se deja caer en el asiento. Suspira. Por fin disfrutará de un lapso de tiempo de descanso.
La brusquedad de un sonido de ambulancia la hace sobresaltarse. Se incorpora y observa a dos adolescentes jugando con su móvil a grandes carcajadas. Los mira con reprobación pero ellos, ajenos a todo, continúan bañando el vagón de su algarabía. Prueban melodías de móvil: ninguna les parece lo bastante excesiva.
“Liceu”. El metro se llena de bolsas de plástico. Orgullosas, se posan en todas las esquinas. Abren y cierran su boca, casteñuelan entre ellas, portadoras de la excitación de una compra cuyo apetito todavía no ha finalizado.
“Drassanes” Turbamulta de maletas que se precipitan en el vagón. Sus portadores hablan y ríen a grandes voces. En su frenesí, golpean con los codos a derecha e izquierda, barrando el paso a algunos autóctonos que, feroces, no dudan en empujarlos a su vez para colocarse cada vez más cerca de la salida (no vaya a ser que no puedan ya descender nunca más y sean englutidos por la fiera metropolitana).

Intenta no pensar, no escuchar, no mirar, visualizar solamente el Parque Cervantes al que se dirige en su día libre.
A su lado, alguien mastica fuertemente un chicle. Cuando consigue olvidarlo, de nuevo un respingo. Vuelve a abrir los ojos y, frente a sí, una mujer de unos treinta años: deportiva pero abrumada por el peso de su equipaje –o por el contenido de su agenda, que ahora guarda en el bolso para poder extraer otro objeto. Sus rasgos apagados se iluminan al observar la pantalla de su móvil.
-HOLAAAA! –grita con voz estridente-. Què TAAAL? Sí, és clar, ara vaig cap allà. Doncs MOLT bé. GENIAL! Espera! Igual ara marxa la cobertura. Doncs no! HA HA! Doncs sí, QUÈ FORT ALLÒ que va passar, no? Ostres! SÍ, TIA! NO! De puta mare!

Al unísono, le acompañan cual acordes de orquesta las bolsas del Corte Inglés que están adentrándose a la altura de Maria Cristina. El chicle infatigable marca el compás de fondo. Como contrapunto, otra melodía de móvil a lo lejos.

-Sí, nena, sí!! És que és l’hòstia! Sí, a veure quan ens truquem tots i sopem. Tinc tantees ganes de veure’ns…En Gerard? Molt bé, tia, molt bé, és TAAAAN maco…
Sí, sí, tinc molta sort, un boyuuu…No em queixo, nooooo, hehe.

Mientras ha dicho estas últimas palabras, sus dedos se enredan nerviosamente en las bolsas de plástico; la mano izquierda tantea el bolso con fruición; su espalda está encorvada, sus cejas tensas, pero hace brillar sus dientes para el espectáculo público.

-Tens el meu telèfon, no? No et surt a la pantalla? Mira: és el…

Esta es su oportunidad. Rosalía anota mentalmente los números. En un rapto de determinación, se levanta, sale del vagón en la siguiente parada y entra en el vecino.
Marca los números recién aprendidos.

“Hola. Sóc JO. No cridis, no, ja et sento. Et dic que sóc JO i vull que m’escoltis tu a mi.
A qui vols enganyar fent creure que ets feliç? Per favor!!
Per molt que repeteixis en veu alta lo GUAI que és tot el que fas NO LI INTERESSA A NINGÚ ni tampoc convenceràs a ningú: la teva vida fa pena. I per molt soroll que facis, això no farà canviar res. O sigui que com a mínim tingues pietat de la gent que no ha triat seure al metro al teu costat: pel bé de la humanitat, dóna un descans al teu mòbil!! Si necesites tant parlar en veu alta, compra’t una gravadora, però fes-ho a casa i deixa de torturar la resta del món!
Ah, i fes el favor de canviar de melodia, que és més hortera i depriment que el Charles Chaplin ballant el chiqui-chiqui!”

martes, 6 de mayo de 2008

TODOS TENEMOS UN KEATING DENTRO


La segunda de las películas de mi cinefórum fue "El club de los poetas muertos".

Sí, lo sé, con esta elección se ve a la legua esa profe idealista-romántica que llevo dentro...pero no pude resistirme. ¡Ahora que soy profe de comunicación y puedo "experimentar" a gusto con adultos cómo no poner esta película!

Esta película sin duda permanece en el recuerdo de mucha gente de mi generación.

En ella el profesor-héroe Keating irrumpe en la vida gris de unos adolescentes en la Escocia de los años 50...y transforma rutina en descubrimiento; sumisión en respeto; disciplina en capacidad de pensar por uno mismo; y, sobre todo, inyecta en ellos la pasión por vivir, por descubrir el mundo y hacer de cada instante algo único.

Los planteamientos de la película no dejan de ser simplistas; y se alaba en demasía y de manera poco realista la figura del profesor-iluminador de conciencias. Con todo, me parece una de las ficciones más potentes que se han creado para reflejar simbólicamente cuánto nos puede cambiar la vida una educación auténtica donde el punto central sea el autodescubrimiento.

El tema del carpe diem parece tal vez más propio de la adolescencia, ya que en ella se exacerba la capacidad de percepción del momento presente, sea en la tristeza como en el dolor.
Sin embargo, creo que a los adultos este recordatorio no nos viene nada mal tampoco. ¿Realmente estamos organizando nuestra vida como nos gustaría? ¿Estamos degustando en el bajo paladar todos los momentos del día?

Creo que todos somos capaces de hacerlo, pero no siempre tenemos la energía necesaria: nos absorven las obligaciones, las responsabilidades.

Ahora bien, cuando nos permitimos el lujo de relajarnos, de maravillarnos con el marco de una puerta, con la densidad del aire, con el perfil de una persona, con la química creada en un encuentro o con la propia percepción de uno mismo respecto al paso del tiempo presente (algo ya de por sí precioso): ¿no nos cercioramos de que vale la pena vivir simplemente por eso?

Si la gente se hiciera muy consciente o muy perceptiva, tal vez haría pondría en duda todos los pequeños actos irrelevantes que realizamos por convención social a diario; actos que, de vivir a plena conciencia, encontraríamos tan prescindibles que una buena parte de nuestra organización perecería irremediablemente. O bien nuestras vidas se tornarían tan arriesgadas, tan a merced del viento de nuestra voluntad, que resultaría sumamente difícil tenernos controlados.
Todo ello obviamente no interesa socialmente, por ello esta manera de vivir acaba siendo minoritaria o reducida al ámbito propiamente poético, pasto para las "almas sensibles" que aprecian El club de los poetas muertos, con todo su maniqueismo, cuando su adolescencia hace tiempo quedó marchita.

Será una utopía, pues, pero al menos durante unos instantes al día, ¡qué bien nos hace sentirnos Keating, ser nuestros propios Keatings, ver a las personas que se mueven en nuestro entorno con ojos humanistas!

Durante el visionado de la película, muchos alumnos mostraban expresiones de impaciencia y descrédito. Sin embargo, una vez más, en el cuestionario individual me satisfizo plenamente la respuesta que dieron a algunas de las preguntas, como la siguiente: ¿Si tú fueras el profesor, cómo sería tu método ideal de enseñanza? A pesar de todo su escepticismo aparente, la mayoría de ellos contestaron que harían como Keating si pudieran: leer al aire libre, hacer actividades motivadoras y en definitiva enseñar a sentirse libre.

lunes, 5 de mayo de 2008

PERMISO PARA SOÑAR (Fábula primaveral)


Soy la mujer anónima: la que nadie conoce, la que no se distingue de las oleadas de gente. Pero no voy a conformarme con este destino mediocre: te clavaré mi verdad como un dardo. Lo haré tan abruptamente que no tendrás ocasión de esquivarlo.

Aquel día de abril, me dirigía hacia el metro Barceloneta sorteando las aceras, con el sueño agarrotado en los párpados; en el paladar, un regusto a vértigo, fruto de otra noche de insomnio: me esperaba un día aciago. El metro me engulló en un instante. Derribada sobre el asiento, me disponía a abismarme en las cinco paradas habituales; en mi falda, mi novela aguardándome desangelada, flor sin agua. Y, súbitamente, percibí que alguien me estaba contemplando.
Me mirabas con la intensidad que dicta el arco de tus cejas. Tu rostro no era de una belleza apisonadora; sin embargo, noté en tus pupilas, en el rictus de tu boca, una familiaridad que consiguió hacerme reaccionar de inmediato. Me observabas con la complicidad de quien explora un secreto compartido. En tus manos, el mismo libro que el mío. Me sonreíste. Y entonces fui consciente del repentino magnetismo que desprendía, lánguida silueta posada en un vagón de metro. Seguimos mirándonos de soslayo. “Propera parada: Passeig de Gràcia.” Hiciste amago de levantarte y me asaltó el temor de perderte de vista, pero sólo escudriñabas tus bolsillos en busca de un pañuelo. Nuestros ojos se toparon frontalmente, tu perplejidad contra mi espanto, y ya nos pusimos a reír sin remedio. “¿Qué tal?” te pregunté por acabar con el silencio. “¡Ahora mejor que hace un rato!”, explotaste alegremente. “Propera parada: Girona.” “Yo bajo en Joanic, ¿y tú?” “Yo voy contigo al fin del mundo”, susurraste con una frivolidad que hipnotizaba. Y nos quedamos fijos, estudiándonos, como se acechan dos gatos cuando están tomándose la medida para la batalla.
“Tiene su encanto viajar en metro, ¿no crees?” “Claro…” “La gente hoy en día está fatal, va anestesiada por la vida, no mira ni hace caso a nada; pero de vez en cuando, por suerte, se encuentra a gente como tú…normal...despierta…”
-Viajar en metro me parece una experiencia necesaria, digamos, iniciática, -continuaste, ya sentándote a mi lado, y hurgando en mis ojos el beneplácito para tu atrevimiento.- ¡Qué vacíos serían los días si abriéramos la puerta de casa y nos encontráramos directamente en el trabajo! Amo los metros porque es en esos momentos de tránsito, en la antesala del día, donde se cuecen las mejores intuiciones. Ayer mismo, a las 10 h. en Liceo, tras ser arrollado por una turba de turistas, decidí que pasaría mis próximas vacaciones...¡en Albacete!. Y hoy, al verte, he tenido una revelación fulminante: de una vez por todas, voy a acabar con la monotonía.
-Yo creo que en el metro las percepciones se sienten más acentuadas. Mira, el otro día, leía a mi autor preferido, estaba alcanzado un párrafo apasionante...y...¿puedes creerlo? Todo el vagón se puso a latir con furor…¡pensé que iba a darme un ataque al corazón!! No te rías: me asusté mucho…Aunque, en realidad, fue un momento glorioso; no lo cambiaría por ningún otro de la jornada.” (Y mientras pensaba “el metro es la antesala del día, sí, el cauce oscuro donde lo vivido se prepara a ser presencia; el presagio indudable de una buena jornada.”)
“Joanic”. Ahí bajaba yo. Me despedí con una fugaz caricia en las manos y un “hasta luego”. Cuando ya estaba alcanzando la salida, te levantaste como movido por un resorte y, en el umbral de las compuertas, me espetaste: “¿Mañana a las 8 en Barceloneta, vagón segundo?” y apenas hube asentido, ya me murmurabas al oído: “Qué maja eres…Quiero emborracharme...” pero el cierre de puertas borró tus palabras y no supe discernir si habías pronunciado “de ti” o “contigo”.

Al día siguiente acudí radiante a nuestra cita: blusa roja, falda negra de volantes…La emoción hacía que vislumbrara signos de humanidad por todas partes: vendedores de billetes hoscamente tiernos; abuelas con la humildad pintada en los ojos; familias entrañablemente ruidosas…Alcancé el vagón número dos y no estabas. Te habías esfumado entre los intersticios de lo posible
Nunca volví a verte. Tal vez hayas cambiado de línea, o de existencia, o hayas decidido acomodarte a esa rutina de la que tanto deseabas fugarte.
He vuelto a mi anonimato: soy una mujer corriente que se dirige a su trabajo con los ojos velados de sueño. Pero estoy al acecho. No podrás engañarme, decirme que aquello no fue, que tuvo lugar sólo en mi mente. Espío uno a uno los viajeros anónimos que se sientan enfrente de mí. Como para vengarme del hado, me esfuerzo por arrancarles una mirada de interés a la que respondo con indiferencia. Tomo todas las líneas, examino todas las correspondencias.
Te espero para clavarte mi verdad como un puño: “Tú me conoces. Tú eres.”

sábado, 19 de abril de 2008

ABRE LOS OJOS


"Abre los ojos" de Amenábar (1998) ha sido la película con la que inicié el cinefórum.
La elegí por su cualidad de artefacto que descuartiza nuestra mirada; o, más bien, que marca un hiato en la relación entre imagen y realidad.
Abre los ojos demuestra a la perfección que la realidad que vemos en la pantalla es siempre cuestionable; más aún, que la misma realidad en que vivimos es subjetiva y mutable.
Se podría objetar que es una película vacía, puro ejercicio de confusión en torno a una indeterminación total de significado. Sin embargo, tal vez por esa misma condición de incertidumbre, es una película que adoro.
Además, mantiene algunos elementos habituales en los thrillers y en las películas románticas, que hace que su ingestión, al menos en la primera parte del film, sea ligera. De hecho hay mucha malicia en esta película de cara al espectador medio: comienza de manera muy diáfana, muy cercana a todo el mundo y después, una vez nos tiene relajados en la butaca, pendientes de los amores y desamores de los personajes, sin más: ¡zas! nos inocula el veneno de la confusión.

Os recuerdo el argumento:

Se nos presenta a César, un muchacho de clase alta y afortunado. Todo le sale a pedir de boca: una hermosa casa, bienes materiales asegurados de por vida, un puesto de importancia en una empresa (ello a resultas de la muerte prematura de sus padres en un accidente, todo hay que decirlo); un amigo fiel (Pelayo) que permanece a su lado a pesar de los pesares; un rabioso éxito con las mujeres, que le lleva a poder apoderarse de cuantas se le antojen...
Un día en una fiesta conoce a una chica que por fin le impacta de verdad (Sofía). Pese a que su amigo le ha confesado que "podría ser el amor de su vida" a él le trae sin cuidado y comienza a seducirla: parece que el enamoramiento mutuo ya es inminente.
Sin embargo, al salir de la casa de la posible nueva conquista, le espera Nuria, la amante incondicional despechada. Ésta le propone llevarle a casa en coche. Él se niega pero, ante la insistencia de ella, no sabe oponerse y se deja llevar. La "mujer fatal" entonces, después de preguntarle si cree en Dios, acelera su coche al máximo y en un instante los precipita a ambos por una cuneta. Ella muere, él sale gravemente perjudicado: su rostro desfigurado será su horror, y el hazmerreír y asco de la sociedad.
De golpe (como en el Segismundo de La vida es sueño, fuente de la que ha bebido sin duda), su destino se ha invertido. De ser el triunfador por excelencia se convierte en el fracasado. Y no soporta verse en tal tesitura. Invierte todo su capital en médicos para que le reconstruyan la cara, pero no logra alcanzar la normalidad deseada.
Su vida se convierte en un infierno. Se odia a sí mismo; odia a los demás, que nunca podrán ponerse en su piel y sentir lo que él siente; odia a Sofía que ahora le rechaza, y a Pelayo, que parece vivir la vida que él quisiera, cuando siempre había sido a la inversa.

A partir de aquí, se nos sumerge en un mundo fantasmagórico y confuso. En algunos momentos parece que le han reconstruido la cara, su vida vuelve a la normalidad y a la felicidad total, con Sofía a su lado. En otros instantes el paraíso se convierte en pesadilla: su cara continúa igual; o se encuentra con Nuria en vez de Sofía a su lado en la cama e intenta ahogarla, tan profundamente la aborrece.
Su vida va entrando en espirales cada vez mayores de horror y desorientación. Le han detenido, está en la cárcel, pero ya no recuerda nada: no sabe si mató a Nuria o a Sofía, no sabe si su cara se recuperó o no...Llegados a un punto, el espectador, como el protagonista, ya no sabe distinguir si está despierto o soñando; si está cuerdo o se ha vuelto loco por completo.
Para subrayar toda esta ambigüedad. Amenábar se sirve de fuertes imágenes como la del despertar y la del espejo. En repetidas ocasiones durante la película, se nos devuelve a la escena del personaje en su cama y una voz que le anuncia cariñosa: "Abre los ojos"; cada vez que dicha escena aparece, ya dudamos si la última escena vista era una realidad o un sueño. Asimismo, obsesivamente César se contempla en el espejo cuando se levanta de la cama, a mitad de la noche, y ni él ni el espectador sabemos a ciencia cierta cuál va a ser el estado de su rostro.
Al final, después de muchos reveses del argumento, al protagonista se le convence de que hace tiempo que lo que vive no es real, que está viviendo dentro de su propio sueño (ya que él pagó una suma enorme por vivir en una realidad virtual una vez muerto, y luego se suicidó). Le dicen que para volver a la realidad (la del mundo futuro en que habrán podido resucitar a su cuerpo congelado) sólo tiene que suicidarse. Se precipita hacia el vacío y...como escena final nos presentan simplemente un fundido en negro, y la frase emblemática nuevamente "Abre los ojos". Alguien le está invitando a César a despertarse, pero no sabemos quién ni dónde. Hemos perdido todo referente espacial y temporal.

Al unísono, el espectador siente que se le está apelando de manera personal a través de la pantalla; como si quisieran decirle: "Tranquilo, ya ha acabado todo, ya no voy a hacerte sufrir más en los vaivenes entre la realidad y el sueño: abre los ojos, enciende las luces, aléjate de la pantalla y podrás respirar aliviado porque tu vida sí es real; olvida el desasosiego que he tratado de inocularte, era una gamberrada mía y nada más. Abre los ojos, mira, toca, asegúrate de que tu vida es cierta y de que la estás viviendo como quieres, tal como la vivirías en tu imaginación."

Tras el abrupto final, mil interrogantes se crean en el espectador. ¿Es cierta la historia futurista de que estaba congelado viviendo en un sueño desde mucho tiempo antes? ¿O el protagonista ha estado en coma desde el accidente y todo absolutamente ha sido una fantasía de la inconsciencia? O bien ¿estaba ya soñando desde un principio, y la película entera es un sueño, con sus idas y venidas casi inverosímiles?

Si alguien busca persigue un tipo de cine con final cerrado y tranquilizador, que olvide Abre los ojos.

Mis alumnos quedaron totalmente desorientados después de la palabra fin, y me repetían "No se entiende". Y yo me sonreía: "Pues claro que no se entiende, esa es la gracia." Pero después fuimos comentando la película y poco a poco fueron comprendiendo que el motor de la película era la propia confusión en el espectador, y que por tanto era imposible que la resolución al final fuera clara.
El mismo día del visionado se quejaron mucho, sin duda sintiéndose estafados por el director, que los había llevado de un lado a otro como dominguillos para luego abandonarles en el más completo vacío.
Sin embargo, después de reflexionar con su cuestionario, resultó que a muchos de ellos les había impactado tanto el ritmo como el tema de la realidad y el sueño. Sólo una persona siguió afirmando que no le había gustado.
Conclusión: a veces se acostumbra al gran público a pensar que una película es buena si acaba bien o con una moraleja clara o si permite disfrutar durante todo el tiempo del visionado; ¿qué hay de las miles de películas que te proporcionan un desarraigo interior total y te fuerzan a mover la retina unos grados hacia una dirección desacostumbrada?
Si veo a los alumnos incómodos y silenciosos al acabar la película, buena señal: algo en ellos se está removiendo.

jueves, 17 de abril de 2008

La mirada en el cine


¿Por qué se incluirá en el Graduado en Educación Secundaria para adultos (GES) el módulo "Cinefórum" como obligatorio dentro del ámbito "Comunicación"?
Se podría decir que la imagen y el cine están sobremanera presentes en las vidas de todos, mucho más que la literatura, ¿para qué destinar un trimestre al comentario de films?
Haciéndome estas preguntas creo haber hallado el enfoque adecuado para mi Cinefórum.
El programa de lengua y literatura en la enseñanza de adultos descarta el estudio tradicional de la cultura como un proceso diacrónico y privilegia en cambio un enfoque sincrónico o atemporal (visible también en otros módulos como: Viaje literario, Club del llibre, Comentario de textos...).
Si atendemos a esta cuestión, que no creo azarosa, se vislumbran ya las lagunas mayores que debería cubrir el profesor de literatura del siglo XXI (¡y no sólo el de adultos!): enseñar a pensar; esto es, no conformarse con la visión plana de la realidad que se nos ofrece en los medios de comunicación al uso. Para ello se requiere para empezar propiciar una mirada extrañada, desconfiada, sobre la realidad circundante.
Para eso puede servir el cine.
La cultura de la imagen resulta más instantánea y, por ello, más preciada hoy en día en cuanto a la comodidad de su ingestión. No obstante, ¿por qué dar por supuesto que la cultura de la imagen va asociada al encefalograma plano, a la visión sesgada y simplista de la realidad? Todo depende del material elegido y de la genuidad de nuestra propia mirada. Tal vez muchas personas no se han parado a pensar en el poder evocador de la imagen, en que la imagen no equivale a la realidad, igual que la palabra no puede representar nunca "la realidad" en sí sino un discurso más o menos camuflado desde un punto de vista.
Tras mis consideraciones previas, me quedo con dos criterios en mi selección de películas:
1) Películas con un desarrollo argumental no unívoco: donde la trama sea portadora de una cierta visión del mundo pero que exija algo del espectador. Vaya, lo suficientemente amplia de miras para que nos pudiera llevar a una polémica no prevista de antemano.
2) Películas cuya ténica cinematográfica tenga una capacidad evocadora particular. (Siempre que evoque emociones de cierta intensidad, y no el puro aburrimiento, como me transmite hoy cierto cine "culto" que devoré a los 20 años tan visceralmente como ahora rechazo.)
Estos como criterios portadores de una "mirada extrañada". Podía añadir un tercer criterio, el que facilite cierta continuidad con la supuesta cultura visual de los alumnos para evitar la indigestión:
3) Películas con cierta estructura externa "inteligible" y/o con un ritmo que asegure que el espectador se identificará con las trifulcas que sucedan en la pantalla y será arrastrado hasta el final. Frente a la distancia intelectual, preferir la emoción, sea cómica o dramática.

miércoles, 16 de abril de 2008

Ejercicios de escritura


¿Qué es lo más difícil, y también lo más apasionante de la escritura literaria?

El trasvase continuo entre lo interior y lo exterior. La transformación de unas emociones propias en un objeto exterior; o el interiorizar algo externo que nos ha llamado la atención en un discurso propio. Ahí está el nudo principal de la escritura literaria. Cuando este trasvase se va aprendiendo a hacer, se comprueba que:

1) Todo el mundo puede hacer escritura literaria, puesto que todo el mundo posee vivencias de las que partir, y ojos para ver y aprehender la realidad.

2) Una imagen siempre es más poderosa y refleja más que la explicitación racional de unas emociones o estados. (El famoso dicho literario: siempre es mejor "mostrar" que "decir").


Dos ejercicios al alcance de todo el mundo:


1) De lo exterior a lo interior: Abrir el diccionario al azar. Tomar una palabra cualquiera, siempre que represente algo concreto. (Para los lingüístas: sustantivos concretos). Apuntar su definición. Luego, observar qué resuena en nosotros a partir de esta palabra, y hacer una "definición personal" de la misma; es decir, dejarse llevar por las connotaciones que nos sugiere.

Ejemplo de este ejercicio: "una duna en el camino".


2) De lo interior a lo exterior: Buscar un objeto de la realidad con el que nos identifiquemos de alguna manera; un objeto que visualice nuestra manera de ser, o un rasgo de nuestra personalidad, o una emoción que sintamos. Definir el objeto y a través de él hablar de nosotros, sin llegar a explicitar los consabidos adjetivos que describan la personalidad.

Ejemplo de este ejercicio: "la noria".


¡Probadlo, probadlo! Es divertido, sencillo y gratificante.

Los profes, podéis probarlo también con vuestros alumnos.

martes, 15 de abril de 2008

La noria



Mis días están hechos de constantes tumultos.
Como la noria, no sé ni quiero permanecer en un lugar inmutable.
Cada segundo que pasa es un cambio de prisma en la visión de cuanto me rodea. A cada instante asciendo o desciendo; se diría que vuelvo fatalmente a reincidir sobre los mismos pasos. Sin embargo, el nuevo ascenso me trae sobre la ciudad una luz inaudita; todos y cada uno de los descensos perpetran un vértigo inédito.

Despertarme es subir a una noria que es mi gozo y mi condena.

lunes, 14 de abril de 2008

una duna en el camino

Mi duna es el estandarte del reposo.

Cuando me adentro en la senda, distingo a lo lejos un horizonte apetitoso que quisiera alcanzar. Sé que nunca me resultará suficiente: cuando llegue a la cima, más allá, siempre existirá otro confín que me esté llamando. E incluso así, una fuerza inexplicable me lleva a persistir en mi empeño.
Pero entre mi deseo y yo hay una duna: una duna que me dificulta el acceso el camino y me proporciona una rabia pasajera.
Mis pies se hunden en ella y el destino anhelado resulta cada vez más inaccesible…hasta que lo olvido por completo.
Esta duna es mi obstáculo y mi bendición.
Sus perfiles porosos me atraen, me ingieren, hasta que yo misma alcanzo a formar parte de su cuerpo, con esa misma impasibilidad expectante.
En la duna me instalo y recuerdo que lo más importante no es el punto de llegada, sino saber disfrutar del trayecto.



sábado, 22 de marzo de 2008

Una poética de la feminidad



"Poner límite a la mujer es poner freno al mar." (Lope de Vega)

"On ne naît pas femme; on le devient." (Simone de Beauvoir)

Con motivo del día de la mujer trabajadora, y harta de pensar en actividades para la Semana de la mujer para mi escuela de adultos, se me ocurrió como alternativa celebrar la "Semana de la mujer literata".
¿Por qué no celebrar simplemente a la mujer artista, en este caso poeta, para darla a conocer mejor, y de paso disfrutar de la libre circulación de poesía?
Propuse enviar e-mails a discreción con un "verso del día" o "poema del día" escrito por una mujer; a gusto de cada cual.

El resultado ha sido sorprendente. Muchas se sumaron a la propuesta, de modo que cada día abría el correo con la ilusión de ver qué nuevos versos volaban hasta mi ventana.

Quiero dar a conocer el resultado de este libre devaneo poético, para que no se quede en el olvido. (Con la venia de las autoras y literatas, los divido por temas grosso modo para que sea más fácil tener una visión global.)

Revisando todos los versos enviados, compruebo que algunos hablan de la condición de la mujer, y también de la emoción amorosa, pero no la mayoría; más mayoritariamente tratan del sentimiento de desarraigo, de las ansiedades que conviven con las vivencias más cotidianas; como paisaje de fondo, se dibuja el tema de la "salvación por la palabra", cómo la vivencia literaria puede dar sentido a la búsqueda del yo.

La conquista del mundo exterior indudablemente se ha llevado a cabo en la mujer del siglo XXI; ahora el reto mayor es compaginar el mundo interior con el entorno exterior de un mundo que ha privilegiado la velocidad a la armonía. ¿Por qué no pensar que para eso sirve la poesía?

Un abrazo para todas las mujeres valientes, tozudas y curiosas, que tengo la suerte de tener por amigas; y también a cuantos hombres y mujeres sean receptivos a la fugaz luz que emana de un verso.

Os invito a introducir comentarios añadiendo versos o comentarios al gusto...

CONDICIÓN DE LA MUJER


"Obrim una finestra

en aquest cel tancat"


(Maria Mercè Marçal)


"Pero no

no he de coger la pretendida rosa

aunque se apague mi alegre primavera

aunque se cubra de nieve la hermosa cumbre,

aunque Penélope se disfrace de sirena

y no quiera ahogar sus cantos

y 0persista en su empeño de deshojar margaritas.

No, no desa rosas.

Penélope prefiere el mar."

EMOCIÓN AMOROSA


"Je suis un tremble:

une arbresse frileuse,

amoureuse et jouisseuse,

Frémissante d'émoi,

Dans le vent de tes doigts..."


"Ya no será la paz.

Han besado

mis ojos

tu terrible desnudo."


(Ada Salas)


"Sois lo bendito

hombres que me servisteis de verano."


(Carilda Oliver Labra)



DESARRAIGO


"Expuesta a todas las perdiciones,

ella canta junto a una niña extraviada

que es ella: su amuleto de la buena suerte."


(Alejandra Pizarnik)


"explicar con palabras de este mundo

que partió de mí un barco llevándome"


(Alejandra Pizarnik)


"leaving the page of the book carelessly open,
something unsaid, the phone off the hook
and the love, whatever it was, an infection."


(Anne Sexton)



ANSIEDADES-COTIDIANIDAD


"Quien pudiera como el río

ser fugitivo y eterno."


(Dulce María Loynaz)


"Day begins

with other people's needs first

and your thoughts disperse like breath"


(Deborah Ager)


"Not "Revelation" -'tis- that waits,

but our unfurnished eyes."


(Emily Dickinson)


"The light would show (if it could harden)

eterneties of kitchen garden."


(Dame Edith Sitwell)


"Una mujer en la cocina

debería ser

clavicémbalo de sueños estériles."


"Jo no tinc temps de treballar

tinc massa feina!

He de regar l'amor

mirar els estels

collir silencis verges

i avivar el foc sagrat.


He d'arborar la flama

-que arribi a ser la brasa-

he d'escombrar la casa

tenir l'ànima neta

parlar amb les orenetes

i perdre molt el temps

per escoltar la vida.


No vull saber mesures

-que l'aigua m'esvalota-

la lluna és massa plena

i no m'hi cap, al cove."


(Primitiva Reverter.)



SALVACIÓN POR LA PALABRA (O EL SILENCIO)


"Que el lenguaje fuera una cadena

porque el tiempo lo es

nos hizo dudar del tiempo

hecho de instantes

sustantivos que la memoria adverbia

como un torno en busca de la tierra

en un punto cualquiera del planeta

o el bailarín

la danza

girando sobre sí.

Dijimos el tiempo por los instantes

el lenguaje por las palabras

para aliviarnos del lento trance de cada instante

de cada palabra."


(NONI BENEGAS)



"La boca és petita per a segons quina paraula. El silenci, en canvi, és immens com un vell casalot familiar: tot hi cap, i tot s'hi perd."


(GEMMA GORGA)


"Murieron los tiempos en que dudar era hermoso.

Se acabó la quietud de crisálida.


Insertaremos versos en el instante

como por milagro

como entra en la botella un barco."



"Un poema

como una gran batalla

me arroja en esta arena

sin más enemigo que yo


yo

y el gran aire de las palabras."


(Blanca Varela)



jueves, 20 de marzo de 2008

Hitos (perdurables) de la adolescencia (III ad libitum)


En mis anteriores "posts" he hecho un viaje a mi adolescencia, evocando dos de mis hitos preferidos que aún hoy me conmueven.

Ha sido una travesía casual, no buscada, pero me ha resultado tan interesante que he querido dejar aquí un homenaje a Hesse y a The Cure.

Y todo ello me ha hecho pensar en que el indagar en nuestros hitos particulares es una vía más para encontrar la materia de la que estamos hechos.

Los "hitos" con los que nos hemos identificado de verdad en algún momento de la vida nos configuran como personas. Claro, no sé qué viene antes. También es cierto que, en momentos de búsqueda, nos centramos en aquello que provoca unas resonancias en nosotros mismos. Pero al mismo tiempo eso que hallamos nos determina; así que entre nuestros referentes y nosotros se crea una especie de retroalimentación que va creando un campo de referencias que se va ampliando durante toda la vida.

No obstante, los hitos de la adolescencia son especialmente reveladores porque en ese momento optamos por unos caminos dejando otros a un lado; caminos que tal vez exploraremos más tarde o que dejaremos descartados definitivamente.

Reconzco, pues, que mis anteriores posts han sido bastante egocéntricos, porque al hablar de Cure y Herman Hesse hablaba de mí, eso es inevitable. Pero mi reflexión quiere ir más allá y alcanzar al posible lector de estas líneas, tal vez abrumado por unos referentes que no siempre le resultarán cercanos. Me gustaría trazar un campo de referencia más amplio que esboce el mapa de posibles y variadas adolescencias.

Así que ahora quiero invitaros a hacer lo propio. ¿Cuáles han sido los dos referentes cruciales de vuestra adolescencia? Puede tratarse de música, de libros, pero también de cine, de personajes reales o de ficción, de lugares...


Ahí dejo la puerta abierta a vuestras palabras.

miércoles, 19 de marzo de 2008

Hitos (perdurables) de la adolescencia II


Llegaba al concierto tarde, después de hacer malabarismos por ajustar a él mis horarios laborales; nunca había visto antes a los Cure pero era un deseo que se remontaba a mis 17 años. De camino, mientras el taxi, se abalanzaba sobre el Palau Sant Jordi, pensaba no sin inquietud: "¿Todavía me interesarán tanto los Cure? ¿No me dejará fría un concierto demasiados años postergado? ¿Conectaré con el espectáculo o será puramente una curiosidad antropológica?"

Pero salí del taxi, y reconocí los primeros acordes de plainsong, que bastaron arrastrarme a entrar cuanto antes al escenario a bañarme de esa música.
Plainsong Se podría traducir como "canción simple" o "canción sin formato": sonidos de xilófono que se van acercando desde algún lugar muy lejano, sin prisa, creando una gran expectativa...súbitamente atravesados por arañazos sucesivos del bajo, hasta que guitarras y batería se suman también para marcar un ritmo tan cadencioso como anhelante. Después de unos minutos se introducen por fin las palabras esperadas (como un susurro glacial) :
"I think it's dark and it looks like rain -you said.
And the wind is blowing like it's the end of the world -you said.
And it's so cold. It's like the cold if you were dead -and then you smiled for a second."
Las notas oscilantes de Plainsong, su oscura armonía, su diálogo crepuscular concentran para mí la quintaesencia de The Cure.
A los famosos Cure se les ha considerado representativos de lo "gótico", por su estética, o el "post-punk", por partir de la base de un rock rompedor y abierto a la experimentación. Y, si bien tendré que convenir en que domina en ellos un tono de cierto patetismo romántico junto con la base musical rock-pop, hay que subrayar que pocos grupos han plasmado una manera de estar en el mundo con tanta autenticidad.
Plainsong lo deja muy claro: nos presenta una imagen con connotaciones de muerte y fin del mundo; pero todo ello con supina elegancia, sugiriendo más que diciendo; imagen que acaba siendo barnizada por otras connotaciones de amor, de comprensión, y hasta, si se me permite, de esperanza.
La frase última es culminante:
"Sometimes you make me feel like I'm living at the edge of the world"
Aquí prevalece la ambigüedad, porque las imágenes anteriores hablaban de frío, de oscuridad, de viento; todo parece indicar un fin del mundo, un cierto suicidio espiritual a dos...Ahora le advierte él a ella que le hace sentir en el eje del mundo...¿Porque está en el final? ¿Porque no sabe si lanzarse o no al abismo?
Pero la respuesta que ella le da reformula todo el previsible final:
"It's just the way I smile -she said."
Entonces, el imaginario de muerte se acaba confundiendo con una suerte de vértigo existencial: la exaltación de la capacidad de sentir la existencia en su máxima intensidad.
Cure en su concierto hicieron acopio de toda la variedad de su repertorio, apto para paladares de diferentes requisitos. Supieron engarzar a la perfección las facetas más siniestras, proclives a la reconcentración del público, con sucesivas explosiones de pura energía; las letras más "naïve" en contrapunto con aquellas de mayor alcance político y filosófico, que suponen un discurso por sí mismas.
Y abrazando todo ello, irrumpía el sonido tan propiamente cure, con sencillez, sin artificios tecnológicos; un sonido difícil de definir: oscuro pero no monótono, con subidas y bajadas que se adaptan a la perfección a la mutabilidad del corazón; al unísono, la voz de Robert Smith en plena presencia, contundente, modulada, un hilo que arrastra al espectador a todos los viajes, todas las mareas.
En este concierto percibí como mi afición por The Cure nunca fue casual como han sido otras tantas aficiones que no han dejado huella y en las que no perdería hoy un minuto. Lo supe porque, cuando escuchaba canciones que creía haber olvidado, súbitamente se producía un reconocimiento devastador: mi yo presente se transportaba y se confundía con aquel antiguo difuminado yo; un mismo ser en la contemplación musical pura. Lo que Proust debió sentir olfateando las tentadoras magdalenas de su infancia, para mí apareció en forma de sonido bajo el espectro de un extraño ser con los cabellos erizados y los labios rojos.

Algunas canciones de la "primera época" permitían conectar con ese sonido tétrico que tan bien expresaba algunas noches adolescentes de desorientación y desesperanza.
Recordad la grandiosa The Forest, de imaginario romántico: arranca con unos acordes como pisadas para sumergirnos en un bosque misterioso en busca de algo o alguien...Se va oyendo una voz...se la persigue...para al final resultar que no hay nadie allí, sólo el que busca: "The girl was never there, it's always the same, i'm running towards nothing, again and again and again..."
O Primary, trazada sobre una sombría carretera de guitarras, en la que nos plantea con furia la rabia de irnos haciendo adultos y perdiendo la antigua inocencia: "The innocence of sleeping children dressed in white and slowly dreaming stops all time. (...) So many years have filled my heart I never thought I'd say those words...(...) The further we go and older we grow, the more we know, the less we show..."
O la claustrofóbica A hundred years: con acordes circulares nos va introduciendo en una pesadilla personal-histórica donde el mundo no termina de salir de su ensmismamiento destructivo.
A hundred years of blood / Crimson / The ribbon tightens round my throat / I open my mouth / And my head bursts open / A sound like a tiger thrashing in the water / Thrashing in the water / Over and over /We die one after the other / Over and over ...
Incluso, para los que teníamos afán literario, había canciones en las que podíamos recuperar referentes ineludibles, como Camus y El extranjero (en el caso de Killing an arab) o Baudelaire y el Spleen de Paris (en How beautiful you are); huellas que permitían que el escuchante se implicara todavía más en lo que oía (puesto que añadía sus propias connotaciones de sus lecturas.)
Pero también había otro tipo de canciones para momentos de sensibilidad pop. Así, los meandros agridulces del alma romántica son exaltados en canciones de una ternura subyugadora a la par que melancólica como "Just like heaven", "Pictures of you" o "Lovesong" (canción con la que se dice que Robert Smith pidió matrimonio a su actual mujer), perfecta en su sencillez y frescura:
"Whenever I'm alone with you, you make me feel like I am home again...Whenever I'm alone with you, you make me feel like I am whole again..."
También nos brindaba el camaleón canciones que nos fueran eco para las manifestaciones más viscerales de los propios instintos, como en The Kisss, en la que, después de una introducción tan rota como ebria, gime como si le quedara un minuto de vida: "Kiss me, kisss me kiss me, your tongue is like poison so swollen it fills up my mouth (...) I never wanted this, I never wanted any of this...I wish you were dead..."
El repertorio no olvidó tampoco grandes temas de tono vitalista y ritmo bailable como "Why can't I be you", "Hot hot hot" o "Friday I'm in love." Cuando Robert las cantaba el otro día súbitamente todo el público tenía 18 años y una energía desbordante en el cuerpo que pugnaba por salir.
No obstante, para mi modesto gusto, en los momentos en que el concierto fue más sublime, y en los que rozaba mejor el centro de su peculiaridad, fue en temas como Plainsong, hipnóticos e indeterminados. Temas que, como las grandes piezas de música clásica, llevan progresivamente al escuchante por diversos estadios y le tienen en vilo hasta que desemboca en el único final posible.
Este es el caso de "Disintegration" o "From the edge of this deep green sea", canciones representativas de Disintegration y Wish respectivamente. Imprescindibles: música para dejarse balancear en el filo del abismo, como si fuera el estado más natural del hombre:
"Every time we do this / I fall for her / Wave after wave after wave / it's all for her.
(..)
And so we watch the sun come up from the edge of this deep green sea."
The Cure hacía sentirse vivo con todo lo que supone en una agitada alma adolescente: percibir el lado oscuro de la existencia, los temores, la angustia por el incierto destino; sobrecogerse por una palabra dicha, por un rostro o un recuerdo que relumbra fugaz en la grisura del día; dejarse llevar por un sordo dolor o por una alegría ciega. Todos los estados estados emocionales, todos los instantes podían verse alumbrados por esta música tan fantasmal como gozosa.
Si Herman Hesse nos ayudaba a encontrarnos en nuestra unidad por encima de las vicisitudes cotidianas, The Cure nos acompañaba en todas nuestras vacilaciones. Y en realidad una tendencia se acompasaba perfectamente a la otra. Como narraba Herman Hesse en Demian o Siddharta, el camino hacia la serenidad plena no se puede alcanzar desde una habitación blanca aislada del mundo, sino después de atravesar los placeres y dolores de la vida con toda el vigor con que son solicitados.
Para eso teníamos, y tenemos a The Cure: para abismarnos en nuestras emociones, abrasarnos en la hoguera de nuestras pasiones, para después salir de allí blanqueados, renacidos.
Y, si no lo creéis, haber observado la noche del 10 de marzo los rostros de los muchachotes treintañeros mientras salían del concierto: altas horas de la madrugada, autobuses a reventar de personal resudado...Pero incólumes a las incomodidades terrenales, lucían su sonrisa de éxtasis por doquier. Si se les hubiera preguntado el por qué de esa expresión tal vez hubieran respondido:
"Sometimes you make me feel like I'm living at the edge of the world."

jueves, 13 de marzo de 2008

Hitos (perdurables) de la adolescencia (I)



Esta semana he disfrutado de un auténtico viaje a mi adolescencia, a través de dos de mis 'hitos' con los que me he cruzado casualmente: Herman Hesse y The Cure.

Siempre he pensado que mi adolescencia fue demasiado tranquila y discreta, con poca tendencia a la transgresión. Ello me resulta más llamativo aún cuando me comparo con los adolescentes de hoy, prestos a la provocación y al alardeo de una libertad que se da por supuesta. Sin embargo, tal vez no era tan diferente a ellos. Simplemente mis referentes eran distintos. Un adolescente necesita identificarse con algo, lo que sea: ideas, personas, grupos musicales, libros...Cualquier imagen que represente su propia especificidad, eso que los hace tan diferentes a sus padres y a ellos mismos de niño.

Mi adolescencia han sido Herman Hesse y The Cure por encima de todo otro referente. Y lo sé con tanta seguridad como intensa es la resonancia que siento al ponerme de nuevo en contacto con ellos. Dicen que el sentido que más nos puede transportar al pasado es el olfato, tal y como reza el famoso ejemplo de la madalena de Proust. No obstante, para algunos puede ser no menos determinante el influjo de la palabra y de la música, cuando han sido englutidas con concentrada avidez.

Hoy voy a hablar de Demian y de su relectura.

Desde la primera página me impactó la modulación de la voz narrativa. La evocación que hace Emil Sinclair de su paso de la infancia a la madurez resulta sobrecogedora en su visualización de ese paraíso perdido . "Muchas cosas consevan aún su perfume y me conmueven en lo más profundo con pena y dulce nostalgia."

La novela habla fundamentalmente de la búsqueda de ser un0 mismo: descubrir lo que mana del propio interior, aceptarlo como destino y no temer ser lo que uno tenga que ser, haciendo caso omiso de los requerimientos de "la manada" que nos rodea. Para una persona sensible resulta una inquietud importante de la adolescencia: parece que el entorno invita a que "hay que divertirse, pasarlo bien", salir todo lo que se pueda, tener todos los amigos y ligues posibles...Pero uno puede sentirse insatisfecho con ese simple y básico carpe diem, aunque no ose admitírselo sin un deje de sentimiento de culpa, porque lo que "mola" y lo que nos hace sentir queridos es seguir la estela de lo que hace y siente la mayoría; y en la adolescencia la mayoría dice: rompe reglas, pasa el tiempo divirtiéndote; piérdete en los sentidos, disfruta porque el día que te despiertes de esa dulce embriaguez ya serás adulto y tendrás que hacer todo lo que se espera de ti.

En momentos de contradicción y búsqueda, cuando el ansia por tratar de pensar con profundidad parecía chocar contra la realidad que nos rodeaba, el hallazgo de Demian se erigía como un tesoro. No sólo el hallazgo de Demian, sino, sucesivamente, la comunión con cuantos lectores de Demian encontráramos por el camino; esos, esos eran personas de los que podíamos fiarnos.

Demian relata una búsqueda sin asideros. Sólo hay una persona que inspire este crecimiento desgarrador de Sinclair: la imagen de su admirado Demian. No es un amigo constante, no comparten mil jaranas, sino que se encuentran y desencuentran en sucesivas ocasiones durante el camino de crecimiento. Sin embargo es la persona más real de su vida. Le inspira el orgullo de la soledad, la capacidad de buscar la sabiduría en su interior; el aceptar que lo bueno y lo malo forman parte insoluble de cada individuo; el aprender a vivir en un estado de conciencia que permita sentirse en sintonía con el universo. Pero este crecimiento implica un gran dolor porque conlleva renunciar a la seguridad que sentíamos de niños en un universo cerrado de nuestros padres y maestros; así como al contentamiento fácil que supone integrarse en lo que el mundo espera de nosotros: derroche en la adolescencia, para, una vez desbravados, desembocar en una vida estrictamente pautada de antemano en la vida adulta.

Os recuerdo algunas frases que darán idea cabal del tono del libro:

"Nada hay más molesto para el hombre que seguir el camino que le lleva a sí mismo."

"Quien quiera nacer, tiene que destruir un mundo."

"No existía ningún deber, ninguno, para un hombre consciente, excepto el de buscarse a sí mismo, afirmarse en su interior, tantear un camino hacia adelante sin preocuparse de la meta a que pudiera conducir."

"Quien desee solamente cumplir su destino, no tiene modelo, ni ideales, nada querido y consolador. Este es el camino que habría que seguir."

"Sólo se tiene miedo cuando se está en disensión consigo mismo."

"Había amado y, a través del amor, se había encontrado a sí mismo. La mayoría ama para perderse."


Leer Herman Hesse entonces era ya una especie de insignia. Significaba que uno era "profundo", "espiritual". Aparte de ese detalle anecdótico, ahora carne de chascarrillo para la tertulia con los buenos amigos, algo había auténtico en esas lecturas, puesto que al retomarlas ahora, pasados los treinta, no me deja indiferente.

Leer Herman Hesse era una herramienta, un asidero útil para centrar las fuerzas en buscar el propio camino y no dejarse diluir totalmente por el entorno. Releo a Hesse (Siddharta, que entiendo mejor hoy, que he vivido más, y Demian, que entiendo más seguramente aunque entonces lo sintiera con mejor con la intuición) y me digo que no es nada casual que eligiera esa lectura por encima de otras.

La obsesión por buscar y encontrar el propio destino parece que acompaña algunas personas desde que tienen uso de la razón. Esa indagación diríase que confiere sentido a todos los pasos, incluso los erróneos, que podamos ensayar persiguiendo lo que nuestra intuición nos dicta. Hasta de los fracasos y desengaños aprendemos, siempre que mantegamos como bandera esa búsqueda de "quién soy yo en realidad y para qué estoy llamado al mundo".

Lo gracioso del tema es que, cuando leíamos a Hesse, probáblemente pensábamos que lograríamos encontrar "cuál era" la especificidad de nuestro propio destino. Hoy me doy cuenta que la única verdad de todo ello es el propio camino. El destino no era alcanzar ningún puerto, ni lo he alcanzado hoy ni creo que lo alcance nunca; el destino era no olvidar nunca que había que vivir con los ojos abiertos, buscando siempre un espacio para la conciencia, para entender mejor el paso de los días y lo que uno extrae de ellos.

La lección de Demian puede consistir simplemente en esto: el asumir que la vida es un interrogante que nunca tendrá respuesta definitiva; pero sobre el cual vale la pena indagar continuas respuestas. Hay misterios sembrados como joyas en el día que vale la pena contemplar con atención...mientras uno se va viendo crecer en años.