
He terminado hoy, con afanoso deleite, el tercer tomo de la trilogía de Javier Marías "Tu rostro mañana": "Veneno, sombra y adiós."
Admirada, enamorada de su palabra página tras página, me quito el sombrero ante este narrador egregio. Con esta última obra se erige para mí ya sin lugar a dudas como figura de referencia de la narrativa contemporánea.
Estas líneas no pretenden ser un análisis, sino un homenaje y una invitación a su lectura.
No desvelaré nada que a mí no me hubiera gustado saber antes de la lectura, me quedaré en la esfera de las generalidades o leves bocetos.
Las palabras que subtitulan este tomo (veneno, sombra y adiós) podrían parecer vacuas; sin embargo, durante su lectura uno se adentra inapelablemente en ellas como señuelo, como brújula dentro de una selva de significados. Esto sucedía ya con las primeras obras: "Fiebre y lanza" y "Baile y sueño". Cada tomo se mueve argumental y significativamente dentro de los campos semánticos que dictan dichos títulos. Si el primero venía a narrar una extrañeza vital y luego un despertar, un inicio de actividad combativa; el segundo se adentraba más en los vericuetos abiertos por el primero, con lo que había en ello de frivolidad ("baile") y de irrealidad ("sueño"). Este tercer tomo viene marcado por los "venenos" y "sombras" que se inflitran por nuestra vida histórica, política y privada...con la posterior resolución de todo ello en el (nunca más claro) "adiós".
No me cansaré de repetirlo: esta novela me parece fantástica. Ya era defensora del estilo de Javier Marías, su sutileza en el trato con el lenguaje, su capacidad de glosa y análisis del propio discurso sin caer nunca en el perogrullo ni en la pedantería. No obsante, admito que hasta ahora lo consideraba un escritor parcial, que podía ser apreciado o aborrecido según el modelo literario de cada cual. Pero con esta última obra creo que ha alcanzado la cota de maestría dentro de su propio estilo, y me figuro que pocos amantes de la literatura podrían permanecer inmunes a su efecto hipnótico.
Y es que Marías ha logrado un equilibrio casi imposible: conjugar un lenguaje denso, poblado, habitado por súbitas revelaciones y excursos disquisitivos (con un gran alcance universal, por supuesto) con una trama narrativa inquietante, desasosegante, que, desde la mitad del tomo aproximadamente, impele a continuar leyendo como si fuera la mayor misión que el lector tuviera en la vida.
Confieso que mis últimos días han estado guiados absolutamente por el compás de esta novela; los momentos del día señalados: aquellos en que podría continuar su lectura; ¡alabados los medios de transporte, el mobiliario para el descanso!! Metros, trenes, buses durante el día; butacas, camas y sofás durante la noche han sido mis aliados para capturar este rostro escurridizo y apasionante que deja entrever Marías en su relato.
¿El argumento de la trilogía? Fácilmente resumible aunque no dará idea cabal de la novela: Un exprofesor y traductor está en proceso de separación de su mujer en Madrid. Decide trasladarse a Londres por una temporada. Allí es hallado y contratado por un grupo de espionaje secreto que se dedica a misiones ocultas, públicas o privadas; han descubierto que tiene un don: el de interpretar personas, leer sus rostros y adivinar con bastante acierto el color de sus pensamientos y el tono de su destino. Comienza a trabajar para ellos, y se verá envuelto en un sinfín de situaciones extrañas, algunas grotescas y risibles, otras de gran tensión dramática. Entre tanto, mantiene contacto con su mujer, con su familia en Madrid, y con antinguos conocidos de cuando ejerció de profesor en Oxford...
La novela se trenza enlavazando morosamente los diálogos con unos personajes y otros, los recuerdos de todos ellos, arquitecturas de vidas, destinos, también segmentos de la historia del siglo XX y XXI.
Ahora bien, lo realmente interesante es el discurso que teje entre unas situaciones y otras, como un monólogo-río que tiñe las acciones, los diálogos, los pensamientos de un caudal verbal perspicaz, ágil e inagotable.
Desde el primer tomo hasta el último, el narrador retoma sus mismas palabras, se autocita; o más bien cita las palabras de otros personajes a modo de recordatorio que el personaje no quiere olvidar (así el lector tampoco olvida); repite citas literarias también de modo recurrente hasta que configura todo ello un paisaje que al lector le resulta familiar. Este hilo de la conciencia actúa, pues, como metrónomo , como ola, ritmo que acompaña una idea; ecos de una melodía a la que se van sumando voces hasta una orquestación final donde creemos ya reconocer todos los instrumentos.
Enumeraré algunos enigmas y temas universales que aparecen en su obra: ¿Podemos afirmar que la violencia esté erradicada de nuestra sociedad? ¿Tenemos información de lo que sucede realmente en nuestro entorno? ¿Somos capaces de ver, nos atrevemos (shall we dare? repite Marías ) a ver aquello que sucede delante nuestro, o aquellos signos que nos anticipan lo que sucederá después? ¿Tenemos suficiente voluntad o arrojo para percibir, para comprender lo que sucederá probablemente en el futuro en la gente que nos rodea, en nosotros mismos? Y, si somos capaces de verlo (puesto que nuestro rostro mañana está ya presente en nuestro rostro de hoy): ¿sabremos actuar como conviene sin dudar o aplazarlo? (do not linger or delay) ¿Podríamos ser violentos en un contexto de guerra? Y si lo fuéramos, ¿nuestras acciones podrán juzgarse objetivamente en tiempos de paz, o corresponde a otra ley? ¿Tenemos derecho a inmiscuirnos en el destino de las personas a las que queremos o hemos querido si las sabemos en peligro? ¿Los secretos íntimos más feroces debieran ser contados o callados para siempre?
Al final, el poso que queda de la lectura es el de un viaje intenso por la existencia humana; un viaje por los recovecos del alma humana, alma hecha historia, hecha tiempo; en el devenir del discurso sentimos cómo la vida se condensa en eso: la inquietud, el sueño, el dolor, la permanente búsqueda...La trilogía acaba pero sentimos que la historia no se detiene, continúa más allá de las páginas del libro.
No es una novela histórica sino de alcance universal; y sin embargo la percibimos tan afín a nuestro mundo que parece que ha radiografiado exactamente el prisma a través del cual se mueven nuestros tiempos.
Leyéndote, Javier, he creído entender mejor dónde y cómo vivimos. He percibido el tiempo humano desde muy cerca, casi lo he tocado, la nostalgia impotente de lo que está ya pasado, el furor por lo que está por venir y tanta confusión y tantas palabras; tanta muerte, tanta vida que se mueve incesantemente. La novela ha terminado pero la voz, la conciencia que has creado me parece que me acompañará en el transcurso de los días...