La razón es un arma de doble filo.
En los momentos clave de la vida, no decidimos por la razón, sino por la intuición.
Siempre encontraremos razones que se amolden a nuestro punto de vista, para asegurarnos de que nuestra decisión no corresponde a una inclinación arbitraria sino a las leyes objetivas del universo.
Sin embargo, deberíamos asumir que la decisión es puro corazón, pura víscera, y así ha de ser para que nos sintamos acordes con nosotros mismos.
No hay nada más fácil que argumentar; se trata de un ejercicio de gimnasia mental: siempre hay argumentos favorables para cualquier postura; como siempre se ha dicho "todo depende del color del cristal con que se mira".
Más peliagudo resulta usar bien este arma, para decidirse o atacar o para defenderse, como animales racionales que vivimos en sociedad. La estrategia de argumentar se puede utilizar siempre; pero, ¿aplicada a qué? ¿con qué fin? ¿vale la pena?
En lo que concierne a uno mismo, la razón por sí sola no sirve para nada; más claramente se ve la solución a una duda existencial a mitad de un paseo, como revelación súbita que nos regala el paisaje, que después de labiorosas y sesudas horas de valoración de los pros y contras de una determinada vía a tomar.
Respecto al bienamado prójimo, si bien cada cual acaba optando por lo que le dicta su intuición en la mayoría de los casos, a menudo se requiere del consejo de otro, de su visión "desde fuera" que pueda ayudar a ver la solución más apropiada. Para los que nos gusta escuchar esta petición puede ser un regalo o una condena, dependiendo de quien proceda.
¿Que me pides un consejo?
Si eres amigo mío, te diré lo que me dicta mi intuición que es mejor para ti, y trataré de buscar argumentos para reforzar los tuyos (si estamos de acuerdo) o, si disentimos, para contrarrestar aquellos con los que te aferras a tu propia inercia y subjetividad. Será un esfuerzo considerable, y tal vez no habrá fruto alguno aparentemente, porque no tienes por qué tomarme en serio ni yo estar en lo cierto; sin embargo, tal vez lograré si tengo el día elocuente sembrarte alguna duda, piedra de toque inicial para la exploración de nuevos caminos.
Si no eres amigo mío, dime qué quieres pensar y te daré argumentos para acabar de autoconvencerte. Yo quedaré descansada por el exiguo esfuerzo y tú quedarás satisfecho y complacido y creerás que merezco tu aprecio.
3 comentarios:
Pues gracias intuición...por los escritos, por la razón...
Interesante reflexión. Me gusta eso de que la argumentación es pura gimnasia mental.
Gracias a vosotros. El escribir es siempre gimnasia mental, encarrilar el pensamiento, aunque sólo sea en "modo a prueba de errores". El saber que hay un lector en potencia ayuda a llevarlo a cabo con más ahínco.
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