Soy la mujer anónima: la que nadie conoce, la que no se distingue de las oleadas de gente. Pero no voy a conformarme con este destino mediocre: te clavaré mi verdad como un dardo. Lo haré tan abruptamente que no tendrás ocasión de esquivarlo.
Aquel día de abril, me dirigía hacia el metro Barceloneta sorteando las aceras, con el sueño agarrotado en los párpados; en el paladar, un regusto a vértigo, fruto de otra noche de insomnio: me esperaba un día aciago. El metro me engulló en un instante. Derribada sobre el asiento, me disponía a abismarme en las cinco paradas habituales; en mi falda, mi novela aguardándome desangelada, flor sin agua. Y, súbitamente, percibí que alguien me estaba contemplando.
Me mirabas con la intensidad que dicta el arco de tus cejas. Tu rostro no era de una belleza apisonadora; sin embargo, noté en tus pupilas, en el rictus de tu boca, una familiaridad que consiguió hacerme reaccionar de inmediato. Me observabas con la complicidad de quien explora un secreto compartido. En tus manos, el mismo libro que el mío. Me sonreíste. Y entonces fui consciente del repentino magnetismo que desprendía, lánguida silueta posada en un vagón de metro. Seguimos mirándonos de soslayo. “Propera parada: Passeig de Gràcia.” Hiciste amago de levantarte y me asaltó el temor de perderte de vista, pero sólo escudriñabas tus bolsillos en busca de un pañuelo. Nuestros ojos se toparon frontalmente, tu perplejidad contra mi espanto, y ya nos pusimos a reír sin remedio. “¿Qué tal?” te pregunté por acabar con el silencio. “¡Ahora mejor que hace un rato!”, explotaste alegremente. “Propera parada: Girona.” “Yo bajo en Joanic, ¿y tú?” “Yo voy contigo al fin del mundo”, susurraste con una frivolidad que hipnotizaba. Y nos quedamos fijos, estudiándonos, como se acechan dos gatos cuando están tomándose la medida para la batalla.
“Tiene su encanto viajar en metro, ¿no crees?” “Claro…” “La gente hoy en día está fatal, va anestesiada por la vida, no mira ni hace caso a nada; pero de vez en cuando, por suerte, se encuentra a gente como tú…normal...despierta…”
-Viajar en metro me parece una experiencia necesaria, digamos, iniciática, -continuaste, ya sentándote a mi lado, y hurgando en mis ojos el beneplácito para tu atrevimiento.- ¡Qué vacíos serían los días si abriéramos la puerta de casa y nos encontráramos directamente en el trabajo! Amo los metros porque es en esos momentos de tránsito, en la antesala del día, donde se cuecen las mejores intuiciones. Ayer mismo, a las 10 h. en Liceo, tras ser arrollado por una turba de turistas, decidí que pasaría mis próximas vacaciones...¡en Albacete!. Y hoy, al verte, he tenido una revelación fulminante: de una vez por todas, voy a acabar con la monotonía.
-Yo creo que en el metro las percepciones se sienten más acentuadas. Mira, el otro día, leía a mi autor preferido, estaba alcanzado un párrafo apasionante...y...¿puedes creerlo? Todo el vagón se puso a latir con furor…¡pensé que iba a darme un ataque al corazón!! No te rías: me asusté mucho…Aunque, en realidad, fue un momento glorioso; no lo cambiaría por ningún otro de la jornada.” (Y mientras pensaba “el metro es la antesala del día, sí, el cauce oscuro donde lo vivido se prepara a ser presencia; el presagio indudable de una buena jornada.”)
“Joanic”. Ahí bajaba yo. Me despedí con una fugaz caricia en las manos y un “hasta luego”. Cuando ya estaba alcanzando la salida, te levantaste como movido por un resorte y, en el umbral de las compuertas, me espetaste: “¿Mañana a las 8 en Barceloneta, vagón segundo?” y apenas hube asentido, ya me murmurabas al oído: “Qué maja eres…Quiero emborracharme...” pero el cierre de puertas borró tus palabras y no supe discernir si habías pronunciado “de ti” o “contigo”.
Al día siguiente acudí radiante a nuestra cita: blusa roja, falda negra de volantes…La emoción hacía que vislumbrara signos de humanidad por todas partes: vendedores de billetes hoscamente tiernos; abuelas con la humildad pintada en los ojos; familias entrañablemente ruidosas…Alcancé el vagón número dos y no estabas. Te habías esfumado entre los intersticios de lo posible
Nunca volví a verte. Tal vez hayas cambiado de línea, o de existencia, o hayas decidido acomodarte a esa rutina de la que tanto deseabas fugarte.
He vuelto a mi anonimato: soy una mujer corriente que se dirige a su trabajo con los ojos velados de sueño. Pero estoy al acecho. No podrás engañarme, decirme que aquello no fue, que tuvo lugar sólo en mi mente. Espío uno a uno los viajeros anónimos que se sientan enfrente de mí. Como para vengarme del hado, me esfuerzo por arrancarles una mirada de interés a la que respondo con indiferencia. Tomo todas las líneas, examino todas las correspondencias.
Te espero para clavarte mi verdad como un puño: “Tú me conoces. Tú eres.”
Aquel día de abril, me dirigía hacia el metro Barceloneta sorteando las aceras, con el sueño agarrotado en los párpados; en el paladar, un regusto a vértigo, fruto de otra noche de insomnio: me esperaba un día aciago. El metro me engulló en un instante. Derribada sobre el asiento, me disponía a abismarme en las cinco paradas habituales; en mi falda, mi novela aguardándome desangelada, flor sin agua. Y, súbitamente, percibí que alguien me estaba contemplando.
Me mirabas con la intensidad que dicta el arco de tus cejas. Tu rostro no era de una belleza apisonadora; sin embargo, noté en tus pupilas, en el rictus de tu boca, una familiaridad que consiguió hacerme reaccionar de inmediato. Me observabas con la complicidad de quien explora un secreto compartido. En tus manos, el mismo libro que el mío. Me sonreíste. Y entonces fui consciente del repentino magnetismo que desprendía, lánguida silueta posada en un vagón de metro. Seguimos mirándonos de soslayo. “Propera parada: Passeig de Gràcia.” Hiciste amago de levantarte y me asaltó el temor de perderte de vista, pero sólo escudriñabas tus bolsillos en busca de un pañuelo. Nuestros ojos se toparon frontalmente, tu perplejidad contra mi espanto, y ya nos pusimos a reír sin remedio. “¿Qué tal?” te pregunté por acabar con el silencio. “¡Ahora mejor que hace un rato!”, explotaste alegremente. “Propera parada: Girona.” “Yo bajo en Joanic, ¿y tú?” “Yo voy contigo al fin del mundo”, susurraste con una frivolidad que hipnotizaba. Y nos quedamos fijos, estudiándonos, como se acechan dos gatos cuando están tomándose la medida para la batalla.
“Tiene su encanto viajar en metro, ¿no crees?” “Claro…” “La gente hoy en día está fatal, va anestesiada por la vida, no mira ni hace caso a nada; pero de vez en cuando, por suerte, se encuentra a gente como tú…normal...despierta…”
-Viajar en metro me parece una experiencia necesaria, digamos, iniciática, -continuaste, ya sentándote a mi lado, y hurgando en mis ojos el beneplácito para tu atrevimiento.- ¡Qué vacíos serían los días si abriéramos la puerta de casa y nos encontráramos directamente en el trabajo! Amo los metros porque es en esos momentos de tránsito, en la antesala del día, donde se cuecen las mejores intuiciones. Ayer mismo, a las 10 h. en Liceo, tras ser arrollado por una turba de turistas, decidí que pasaría mis próximas vacaciones...¡en Albacete!. Y hoy, al verte, he tenido una revelación fulminante: de una vez por todas, voy a acabar con la monotonía.
-Yo creo que en el metro las percepciones se sienten más acentuadas. Mira, el otro día, leía a mi autor preferido, estaba alcanzado un párrafo apasionante...y...¿puedes creerlo? Todo el vagón se puso a latir con furor…¡pensé que iba a darme un ataque al corazón!! No te rías: me asusté mucho…Aunque, en realidad, fue un momento glorioso; no lo cambiaría por ningún otro de la jornada.” (Y mientras pensaba “el metro es la antesala del día, sí, el cauce oscuro donde lo vivido se prepara a ser presencia; el presagio indudable de una buena jornada.”)
“Joanic”. Ahí bajaba yo. Me despedí con una fugaz caricia en las manos y un “hasta luego”. Cuando ya estaba alcanzando la salida, te levantaste como movido por un resorte y, en el umbral de las compuertas, me espetaste: “¿Mañana a las 8 en Barceloneta, vagón segundo?” y apenas hube asentido, ya me murmurabas al oído: “Qué maja eres…Quiero emborracharme...” pero el cierre de puertas borró tus palabras y no supe discernir si habías pronunciado “de ti” o “contigo”.
Al día siguiente acudí radiante a nuestra cita: blusa roja, falda negra de volantes…La emoción hacía que vislumbrara signos de humanidad por todas partes: vendedores de billetes hoscamente tiernos; abuelas con la humildad pintada en los ojos; familias entrañablemente ruidosas…Alcancé el vagón número dos y no estabas. Te habías esfumado entre los intersticios de lo posible
Nunca volví a verte. Tal vez hayas cambiado de línea, o de existencia, o hayas decidido acomodarte a esa rutina de la que tanto deseabas fugarte.
He vuelto a mi anonimato: soy una mujer corriente que se dirige a su trabajo con los ojos velados de sueño. Pero estoy al acecho. No podrás engañarme, decirme que aquello no fue, que tuvo lugar sólo en mi mente. Espío uno a uno los viajeros anónimos que se sientan enfrente de mí. Como para vengarme del hado, me esfuerzo por arrancarles una mirada de interés a la que respondo con indiferencia. Tomo todas las líneas, examino todas las correspondencias.
Te espero para clavarte mi verdad como un puño: “Tú me conoces. Tú eres.”
9 comentarios:
con tu fábula primaveral riegas la flor que no tenía agua. le quitas las legañas.
un beso, isácea.
óscar
Te había escrito un comentario enrollándome... se me ha borrado!!
Bueno, nada, te decía que hoy explicaba en clase que la literatura es capaz de convertir lo cotidiano en importante, en mágico, en trascendente. El metro no me gusta nada y desde siempre se me ocurrían cosas terribles cuando iba a trabajar y veía a todo el mundo aplatanado bajo el peso de sus propios párpados. Si embargo, el metro puede generar historias como esta (por cierto, hay un concurso en TMB, podrías presentarlo) y convertir algo normal en anodino. La literatura, como dice el libro de texto, es connotativa. Así que te agradezco la trascendencia y connotación de esa cotidianidad. Hoy me voy a dormir más plena, más satisfecha que ayer.
Gracias
olga
Gracias por vuestros benignos comentarios...
Animan a una pluma principiante...y deseosa de seguir transformando lo cotidiano.
A mí me riegan vuestras palabras.
Nos vemos pronto, ahora, luego.
Me he quedado con la duda sobre el libro que estarían leyendo los dos protagonistas del hermoso relato con que nos has regalado. Tiene el sabor de lo auténtico. Tal vez no pasó, pero podía haber pasado. La magia a veces existe en nuestras vidas.
He pensado lo mismo que Olga, podrías presentarlo a tmb "el metro ple de històries" o algo así y también me ha quedado la duda del libro que leían como a Joselu.
Por cierto, no viene a cuento pero a propósito de la nueva peli de Wayne Wang (el de Smoke, ¿recuerdas?), La princesa de Nebraska leo en Dirigido:
"(...) De fondo se escucha la sobrecogedora canción de Anthony&The Johnsons "Hope There's someone", que también utilizó Isabel Coixet en La vida secreta de las palabras (las canciones del andrógino Anthony sirven, afortunadamente para muchas cosas, ya que son una especie de himnos al hecho de ser diferente y convivir armoniosamente con ello)"
Hija mía en tu recomendación al recomendarmelos haber emepzado por ahí!!!!!!!.
Besotes.
Jaja, hace gracia ver lo que le pasa a cada cual por la cabeza.
Ah, sí, no dije qué libro leían para dejarlo a imaginación del lector, pero si tuviera que poner uno sería "Exploradores del abismo" de Enrique Vila-Matas, eso lo veo claro.
Como perspicazmente me habéis sugerido, podía presentarlo al concurso tmb por lo del metro y tal; ¡almas inocentes! En realidad lo escribí para enviarlo a tmb; y bueno, ahora que ya ha pasado lo cuelgo aquí, me apetecía compartirlo.
Espero que os haya llegado la historia, yo aún me pregunto si ambos mozos podrán encontrarse un día y qué sucedería.
Manu, justamente estaba pensando en que debía insistir en mi recomencación musical. Antony te gustará, te lo aseguro. Habrá un antes y un después en tu sensibilidad musical.
Y esa canción que mencionas es un goce total, una eclosión de los sentidos (dentro de la onda melancólica pero ¿qué hay de más bello que la nostalgia?)
Besos a todos
Ay, en estos tiempos de amor trivial y pasiones de andar por casa que corren para mí, me encanta dejarme llevar por tu historia y saber en cada esquina hay potencialmente una promesa, un pequeño aunque efímero paraíso,a la vez obvio y secreto. Un mundo a medida para "la mujer anónima" que pide “permiso para soñar” (qué bueno el título).
Me ha encantado, me gusta ese toque tragicómico que tiene. Además el lector pasa de la identificación al rechazo (esa loca encantadora), de la esperanza a la decepción...
Ánimo, plumilla.
Montse
Otra cosa: ¿cómo funciona esto, cada vez que hay un nuevo comentario en el blog el autor recibe un aviso o no? Lo digo por si alguien contesta un post ya "pasadito"... Por saber.
Mon
¡Gracias Montse! Me encanta encontrar comentarios aunque "pasadillos".
No, el autor no recibe avisos, todo depende de su buena voluntad o de su obsesión enfermiza de irlo revisando continuamente :))
Ahora, tú por comentar no te cortes.
Y del relato, mira, creo que sienta bien a veces sacar a pasear a esa Chavela Vargas tragicómica que llevamos dentro. (Evidentemente la historia no me pasó, pero ¡qué a gusto me quedé escribiéndola!)
Un abrazo.
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